martes, 22 de marzo de 2011

NUNCA MÁS

24 DE MARZO DE 1976



La memoria colectiva del horror,
del nunca más,
del golpe de estado de la Junta Militar
a la vida,
a los que lucharon por sus ideales,
por un país mejor.

Ejecutores uniformados de una política represiva,
con "vuelos de la muerte",
centros clandestinos de detención,
allanamientos ilegales,
presos políticos,
exiliados,
censura de prensa,
secuestros,
asesinatos,
atrocidades cometidas habidas y por haber,
y un triste saldo de 30.000 desaparecidos.

Verdugos sin moral ni remordimientos,
que se creían dioses
con poder de desición
sobre el destino de las personas.

Años padeciendo dictaduras,
y Argentina era la gran promesa.
Y en medio de tanta incertidumbre y dolor,
aparecieron las Abuelas de Plaza de Mayo,
y la busca de la verdad y la justicia,
y una nueva esperanza,
porque no hay olvido ni perdón.

Y el mundial 78',
el premio Nóbel de la Paz
Adolfo Pérez Esquivel,
los derechos humanos,
y tras el sueño de un general loco
que acabó en la guerra de Malvinas,
recuerdo hiriente de sangre y fuego,
una historia sin final feliz,
llegó la democracia.

Mi humilde homenaje sobre los desaparecidos, y el día de la memoria. 

domingo, 6 de marzo de 2011

POESÍA - Tucumán

 
TUCUMÁN
 
 
 
 
Con sus artistas harto conocidos,
su Casa de Gobierno,
sus ingenios azucareros,
su legislatura,
sus limones,
sus estadios de fútbol,
su río Salí,
su casa histórica,
sus hornos de barro,
su zona de puterío,
su hora de la siesta,
sus villas miseria,
su movida cultural,
su estación de trenes,
su gorda de la esquina,
sus lapachos,
su peor es nada,
su selva lujuriosa,
su zumbido de moscas gigantes,
sus zancudos molestos,
su tanta pobreza,
sus negocios baratos y caros,
su banda sinfónica,
sus bailarinas clásicas,
su teatro Alberdi,
su teatro San Martín,
sus chicas mostrándose
en la plaza Urquiza,
sus countries de Yerba Buena,
sus bares, cyber, parques, bulevares,
universidad, escuelas, conservatorio,
cárcel, casino, bancos, boliches,
sus changos pidiendo monedas,
su fama de ladrones.
 
Al fondo, los cerros
tan majestuosos.
 
Calor subtropical,
agobiante, húmedo.
Siempre llueve.
 
Regionalismos:
Meta por dale,
aca por mierda,
pingo por pene.
 
Con su Mercado del Norte,
sus vías abandonadas de Tafí Viejo,
su Fiesta de la Pachamama,
su viaducto,
su Observatorio de Ampimpa,
Su Dique de Escaba,
sus ruinas turísticas,
su Laguna del Tesoro,
su museo arqueológico,
sus Valles Calchaquíes.
 
Grandes hits culinarios:
la empanada,
la tortilla,
el bollo.
 
La memoria es selectiva.
El Operativo Independencia y/o Matanza,
que dejó un triste pozo de desaparecidos
en una época oscura,
como para no olvidar.
 
Pero aquí nomás está la esencia
del interior del Interior, ¿no?
 
Tucumán,
Jardín de la República,
centro del noroeste argentino.
 
Ha visto.

POESÍA - Familiar

F A M I L I A R
 
 
 
 
   Allá ellos
 
 
 
    La madre amanecida
 
                               el padre crónico
 
    la hija vergüenza
 
                          el hijo lameculos
 
    el bastardo feliz
 
 
    la tía contractura
 
                          el tío marica
 
    la prima aérea
 
                      el primo incesto
 
    la cuñada estrofa
 
                           el cuñado destino
 
    la abuela moderna
 
                            el abuelo saldado
 
    la nieta inseguridad
 
                             el nieto trastorno
 
    la bisabuela vital
 
                          el bisabuelo cursi
 
    la tatarabuela leyenda
 
                                 el tatarabuelo primitivo
 
 
 
 
    Allá ellos               

PRODUCCIÓN DE VERSOS

 
 
TAN HUMANOS
 
 
 
 
Una mujer se muere de soledad en Coronel Dorrego.
¿Es lindo estar solo?
 
Un ciego observa cómo le habla un mudo a un sordo.
¿Quién quiere vivir para siempre?
 
Una niña tiene pesadillas y llora a sus padres.
¿A qué negar el primer beso?
 
Un niño juega al doctor con una amiguita.
¿Si te he visto no me acuerdo?
 
Una adolescente con cara de culo saca la lengua frente a un espejo roto.
¿Vale la pena ir desnudo al almacén del barrio?
 
Un adolescente se revienta un forúnculo.
¿Cómo enamorar a las mujeres pornográficas?
 
Una cuarentona se enamora mal y queda pelada gracias a los nervios.
¿Qué hacer con la historia de mi vida?
 
Un cuarentón confirma sus canas a su mejor esposa.
¿Cómo no echarle el mal de ojo a una linda chica?
 
Una vieja habla sola por la calle.
¿Para qué alejarme de la poesía barata?
 
Un viejo regala sus arrugas y es feliz.
¿Voy a encamarme con tu ausencia?
 
Una mujer se muere de soledad en Bahía Blanca.
¿Verdad que todo tiempo pasado fue peor?
 

HISTORIAS - Una noche en el cementerio

UNA NOCHE EN EL CEMENTERIO
 
 
 
 
Yo no creía en fantasmas.  Había leído libros sobre el tema y visto varias películas, y a decir verdad, me interesaba poco y nada.  Pero cuando me enteré por medio de Porota Peréz, una vieja solterona del barrio, que el sepulturero había renunciado porque se le apareció una noche el espíritu de una joven que se había suicidado hacía menos de un año, sentí unas ganas terribles de entrar al cementerio y ver a ese espectro, aunque me cagara de miedo.  Así que fui a ver a Débora Benavente, una amiga de rara belleza que vivía en Bahía Blanca, pero que estaba de visita en casa de sus abuelos, a fin de que me acompañara al camposanto.  El invierno se hacía sentir en Coronel Dorrego.  Para colmo, soplaba un viento del carajo, y no estaba para andar afuera.  Me abrigué bien, y toqué la puerta de la casa de los abuelos de Débora.  Eran las doce de la noche de un domingo de julio.
   -Hola.  ¿Está Débora?
   -Hola.  Pasá, pasá.  Ahora la llamo -dijo Betty, la abuela.
   Me hizo pasar a la cocina y aguardé.  Roberto, el abuelo, se encontraba durmiendo.
   -Sentate.
   -Bueno.
   -¡Débora!  ¡Llegó Alejandro! -gritó la abuela.
   Betty me convidó un mate lavado, que acepté de buena gana.
   -¡Qué hacés, che!  Tanto tiempo -dijo la joven, constituyéndose en la cocina.
   -Hola, gorda -saludé, al tiempo que le daba un beso en la mejilla.
   -¿Vos no estabas en la Escuela de Policía? -quiso saber ella.
   -Me fui.  Pedí la baja voluntaria.
   -Qué lástima.  Digo, por el sueldo.
   -Sí, bueno, pero ya fue.
   Débora se sentó frente a mí.  La veía más gorda de cara, y feliz, quizás por estar de novia.
   -¿Y ahora qué vas a hacer? -preguntó.
   -Voy a estudiar la licenciatura en charango eléctrico.
   -Ja, ja, ja, ja.
   La abuela calentó agua para el mate.  De fondo sonaba Love Generation, de Bob Sinclair, en un pequeño grabador colgado en la pared.
   -En serio.  No sé por qué te reís -dije, sonriendo.
   -Qué tarado.
   -Gorda, me tenés que acompañar a un lugar.
   -¿Qué lugar?
   -Al cementerio.
   -¿¡Qué!?
   -Dicen que hay un fantasma.
   -¿Quién te dijo eso?
   -Porota.
   En ese momento la abuela le dio un mate a Débora.
   -¡Esa vieja está loca! -manifestó Débora.
   -El sepulturero renunció porque vio a un fantasma.  Se comenta que era la chica de Sosa.  Se pegó un tiro en la sien.  ¿No sabías?
   -No sabía nada...
   -Yo no creo que en esas cosas -intervino Betty-.  Acompañalo, si querés.  Total no tienen nada que perder.  ¿Vos tenés miedo, nena?
   -Digamos que no -contestó la joven.
   -Vamos, entonces -dije.
   -Cuando vengan les preparo mate -dijo la abuela.
   Débora asintió, y sin más nos dirigimos a la necrópolis local, que quedaba a dos cuadras.
   -Che, qué frío hace -dijo Débora.
   -Me encanta el invierno.
   El cementerio tenía un alto paredón.  Nos trepamos al mismo y saltamos, procurando no lastimarnos al caer.  No había luna, por tanto nos hallábamos a oscuras.  Menos mal que yo había llevado mi linterna china.
   -¿Para qué querías venir acá?
   -Quiero comprobar si es cierto que hay un fantasma -dije.
   -Vos estás loco.
   -Tal vez.
   Caminamos sin hablar por entre las tumbas.  Reinaba un paz absoluta.
   -Tengo miedo -murmuró Débora.
   -No seas tonta.
   Encendí un cigarrillo, y nos sentamos al lado de una bóveda inmensa.
   -No va a aparecer nadie -dijo Débora, temblando de frío-.  Esto es una locura.
   -Calmate, gorda.  Esperemos un rato, a ver qué pasa. -Di una pitada a mi cigarrillo y dije como para distraerla: -Pensar que acá veníamos con un amigo a recitar poemas de Pablo Neruda.  Yo tocaba la guitarra.
   -¿En serio?
   -Sí.  A veces traíamos vino tinto, para alegrar la noche.
   -Ja, ja.
   De repente, se oyó un ruido extraño.
   -¿Qué fue eso? -se asustó la joven.
   -Parece como si alguien hubiera abierto la puerta de una bóveda.
   -Yo me voy a la mierda -dijo Débora.
   -¡Sos cagona!
   En eso vi que una figura blanca andaba entre las tumbas.  Un escalofrío recorrió mi columna, y llegó a mis cabellos.  Sentí miedo.
   -No hables, y quedate quieta -susurré.
   -¿Qué pasa?  ¡No me asustés, boludo!
   -Callate.  Era cierto.  Anda un fantasma en el cementerio.  ¿No lo viste?
   -¡Chau!
   -¡Débora, vení!
   Demasiado tarde.  Mi amiga ya corría en dirección al paredón.  Parecía que no le alcanzaban las piernas para correr.  De modo que me quedé solo y lo confieso, estaba cagado de miedo, pero iba a ir hasta las últimas consecuencias.  Deseaba ver a ese alma en pena otra vez.  Traté de prender la linterna, y advertí que no funcionaba.  "Lo único que me faltaba", pensé.  Me armé de coraje y avancé en medio de la oscuridad, esquivando tumbas.  Con manos temblorosas, encendí otro cigarrillo, y entonces el fantasma se apareció, no sé de dónde, y me miró a los ojos.  "La chica de Sosa", dije para mis adentros.  En vida había sido una joven hermosa.  Su mirada tenía tal tristeza que daba miedo.  A pesar del resplandor que producía, noté que llevaba un camisón largo.  Mi primer impulso fue salir rajando, mas no me respondían las piernas.  Ni siquiera me salían las palabras.  El pánico se había apoderado de mí.
   -No tengas miedo.  Estoy buscando un amigo -dijo ella, acercándose.
   -Yo..., yo...  ¿Qué?
   -Tu mamá y tu hermano están bien.  Algún día te vas a reunir con ellos.
   No pude evitar que se me cayeran las lágrimas.  Me senté en el suelo y me agarré la cabeza con las manos.  Toda la tristeza y la soledad acumulada durante años afloraba a través del llanto.  No sé cuánto tiempo lloré, pero al alzar la vista, el espíritu de la chica se había marchado.  Mi encuentro con el ánima había durado lo que un pedo en la mano.  Sintiendo un temor mortal, salí corriendo despavorido, me trepé al paredón como pude, y salté hacia el otro lado, donde aterricé sobre una piedra, por lo que me raspé el culo.  No quería mirar para el cementerio.
 
 
 

HISTORIAS - Escenas familiares

ESCENAS FAMILIARES
 
 
 
 
   -¡Pero este viejo pelotudo me tiene podrida!  ¡Lo único que hace es rezongar y rezongar, con el culo aplastado a la silla, todo el día!
   -¿Adónde se fue el abuelo? -preguntó Melina, una chica de veinte años, muy guapa, quien se hallaba estudiando para maestra jardinera.  Por culpa de los gritos de su tía Elena, no podía concentrarse.
   -Salió a caminar.  Ojalá no vuelva nunca más -dijo Elena, en tanto limpiaba la mesa de la cocina con un trapo gastado por el uso diario.
   -No seas mala, tía.  Es tu padre.  Tenés que entenderlo.
   -Ya sé que es mi padre, Melina.  ¿Sabés que hizo el otro día?  ¡Dejó el baño lleno de mierda!  Tuve que baldear el piso, por el hedor.  ¡Había soretes hasta en las paredes!  ¿Quién hace algo así, me querés decir?
   -Estaba tratando de llamar la atención -dijo Melina, a modo de explicación-.  No te olvides de que el abuelo tiene ochenta años.  Y estamos en la casa de él, así que en cualquier momento va a caer.
   -¡Qué hombre asqueroso, por Dios!  Te juro, Meli, que no lo soporto.  Lo tengo montado en un huevo.
   "¿Por qué no me habré quedado en lo de Ingrid", pensó la joven, arrepentida de haber rechazado la invitación de su compañera del Instituto Superior de Formación Docente Nro. 62, para estudiar juntas.  A veces, tía Elena se ponía demasiado hinchapelotas.
   -No digas pavadas, tía.  ¿Me vas a dejar estudiar de una buena vez?  La semana que viene rindo un parcial.
   -Y bueno, estudiá.  Yo no te molesto -replicó Elena.
   -Con tus gritos podés despertar a un muerto.  Si seguís rezongando, te van a salir canas multicolores -le advirtió la chica.
   -Estás exagerando, Melina.  Dejate de joder.
   La muchacha no podía creer por qué su tía seguía aún soltera.  Era tan distinta de Marcela, la mamá de Melina, que ya había perdido la cuenta de los novios de su progenitora.  "Tu madre cambia de novio como de bombacha", solía decir tía Elena, lo cual provocaba en Melina ganas de estrangularla, aunque en el fondo de su corazón la quería mucho.
   La vida nocturna de Elena era un completo misterio.  Cierta noche, Melina la encontró en la esquina del Hospital Municipal, con un tipo cuarentón, bastante avejentado.  Debían de ser algo más que amigos, porque el hombre intentaba darle un beso en los labios, pero Elena no se lo permitía, diciendo "basta, dejame en paz".  Melina había pasado en bicicleta por aquel lugar, de pura casualidad, rumbo a casa de una amiga, y reconoció en el acto la voz chillona de tía Elena.  Al sujeto con cara de viejo que quería levantarse a su tía no lo conocía.  Una vez, quiso preguntarle a Elena por ese "supuesto novio", mas no se animaba.  No tenía tanta confianza como para meterse en la vida privada de Elena.  Además, Melina estaba segura de que la tía la iba a sacar cagando si le contaba tal chusmerío.
   Habían pasado años después de aquella noche, y Melina jamás supo qué carajo hacía Elena cuando se encerraba en su pequeña vivienda en horario nocturno.  Por cierto, Elena no tenía apariencia de una bruja, ni siquiera de profanadora de tumbas.  ¿Encendería velas con el propósito de pedirle a San Antonio que le mande un novio?  Melina no lo sabía.  ¿Tendría la tía tela de arañas ahí abajo porque ningún tipo la tocaba?  Melina tampoco lo sabía.  ¿Creería Elena en la vida después de la muerte?  No lo sabemos.
   -¡Melina!  Te estoy hablando.  ¿Sos sorda?
   -Perdoná, tía.  ¿Qué decías? -la muchacha se había quedado perdida en pensamientos sobre la hermana solterona de su madre.
   -¿Mañana estás ocupada?  Hay que cocinarle al abuelo al mediodía.
   -¿No puede ser otro día?  Mañana no puedo.
   No podía postergar el encuentro con Ariel, su novio.  Hacía tres días que no se veían, sin embargo a Melina le parecían siglos.  Estaba tan enamorada de Ariel, que soñaba con casarse con él, y tener hijos.  Si no sentía los brazos de su novio rodeándola, y los besos que se daban, a Melina le iba a agarrar un ataque de caspa.
   -Yo tampoco puedo, Meli -objetó la tía-.  Te pido que lo hagas como un favor.  Hacelo por la memoria de la abuela, aunque sea.
   Al oír nombrar a la abuela Dora, y todo lo que había sufrido por esa enfermedad que la llevó a la muerte, a la joven se le hizo un nudo en la garganta.  Sentía que se le cerraba el pecho por la angustia.  No quería llorar delante de tía Elena. 
   -¿Y Daniel, Mariana, Pablo y Gabriela?  Ellos también son nietos.  Podrían ayudar, ¿no?
   -A ellos no los contés, olvidate.  Ni mucho menos a la falsa de Mercedes.  ¿Viste la cara de culo fruncido que tiene?  Por suerte, no fui al casamiento de Roberto, que es un interesado de mierda.  ¡Quiere cobrar el seguro de la abuela!  Te habrás dado cuenta de que no tengo trato con esos parientes, ni siquiera con mi hermano Roberto.
   -A mí el tío me saluda -musitó Melina.
   -Allá vos -dijo Elena-, es cosa tuya.  Me tiene sin cuidado que no me saluden.
   Si algo tenía en común Melina con Elena, era no poder ver a la tía Mercedes ni en sueños.  Es más, si la cruzaban en la calle, cambiaban de vereda, y fingían no conocerla.
   -Bueno, entonces, ¿podés cocinar para el abuelo? -inquirió la tía Elena.
   -Está bien -decidió la joven, pese a que el arte culinario de Melina dejaba mucho que desear, y Elena sabía esto, pero no quedaba otra alternativa.  Javier estaba en Buenos Aires, trabajando en la Agrupación Albatros de la Prefectura; Florencia aparecía cada muerte de obispo a saludar al abuelo; Antonella, una de las primas, vivía en Bahía Blanca con su novio Mauricio, y cuando podía venía a ayudar con la comida; Sandra se hallaba felizmente juntada con un tal Fabio Uribe, y Mariano residía en Mar del Plata, quien también pertenecía a la Prefectura Naval Argentina.
   Melina más tarde llamaría a Ariel, y le diría que no podían verse sino hasta la noche.  Tenía la casa para ella sola, ya que Marcela se había ido a Punta Alta, y no volvería al menos por unos días.  ¡Qué suerte!
   En eso, ingresó a la casa el abuelo Eulogio, rengueando, y muy agitado, como si hubiera corrido una maratón.
   -¡Papá!  ¿Estás bien? -exclamó Elena, preocupada.
   -Sí.  ¡Meli!  ¿Qué hacés acá? -se asombró el abuelo.
   -¡Hola, abuelo!  Vine a visitarte -Melina le dio un beso en la mejilla, y sonrió-.  ¿Vos cómo andás?
   -Bien.  Salí a caminar un poco.  ¿Tu madre?
   -Está en Punta Alta -informó la chica, sin dar más detalles acerca de su mamá.
   -Ah, bueno.  ¿Qué comemos mañana? -preguntó Eulogio a Elena.
   -Qué sé yo -respondió la mujer-.  Yo mañana no estoy en Dorrego.  Melina te va a cocinar.
   -Cuando vivía la abuela, estaban todos acá -dijo el abuelo con enfado, al tiempo que abría la heladera, y bebía un trago de cerveza-.  Ahora no hay nadie.
   Melina intuía una discusión acalorada entre el abuelo y la tía, así que por las dudas juntó sus cosas, dispuesta a marcharse.  Se iría al centro a dar una vuelta, con tal de no escucharlos, porque le hacía mal.
   -¿Y qué querés que haga yo, papá?  No puedo andar atrás del culo de ellos.  Todos tienen su vida.  Por algo no vienen.  No me vengas a romper las pelotas con que no hay nadie.
   -Tía, no trates así al abuelo -intervino la joven, procurando calmar los ánimos.
   -¡Vos no te metás! -manifestó Elena.
   -¡Por qué no se van a la mierda las dos, y me dejan en paz, qué tanto joder!  A la vejez tengo que andar renegando.  Qué cosa seria, che.
   -Yo me voy.  No me ves más el pelo -amenazó Elena.
   -¡Andate de acá, ya mismo! -se hizo oír el abuelo, gritando, y ahí nomás le arrojó la botella de cerveza.  No tuvo buena puntería.  La tía se había hecho a un lado, justo a tiempo.  Un montón de vidrios rotos estaban desparramados en el piso.  Se sentía en el ambiente olor a cerveza rancia.  La tía Elena no lo pensó dos veces, y se fue de la casa.
   -¿Y vos qué mirás? -espetó el abuelo a su nieta, que se había quedado paralizada por el giro de los acontecimientos.  La furia del abuelo daba miedo-.  ¿No te dije que te fueras?
   -La abuela no se merecía haber muerto.  Era una buena persona -murmuró Melina con ojos llorosos.  El abuelo no dijo nada.  Se sentó en una silla, y prendió el televisor.
   -¡Melina, dejalo solo! -dijo Elena, desde la vereda-.  Se va a cagar de infeliz, porque nadie lo va a querer.
   -Chau, abuelo -se despidió Melina, sin mirarlo, y corrió a reunirse con su tía.
   -No sé vos, pero yo no vuelvo más a la casa de tu abuelo -afirmó la tía-.  Que se joda.
   -Como quieras -susurró la joven, y no hablaron más del tema.
   Saludaron al Petiso Bahía, un vecino del barrio PYM, y se encaminaron a la vivienda de Florencia.
 
 
 
En memoria de mi abuela Dora

HISTORIAS - Los ladrones

LOS LADRONES
 
 
 
 
En la habitación había olor a culo, a bolas.  La cama estaba desordenada.  Parecía que no limpiaban el dormitorio en años luz.  La joven revisó los cajones del placard, debajo del colchón, en busca de algo de valor.  Por fortuna, se habían olvidado de dejar activada la alarma.  Los dueños de la vivienda se hallaban de vacaciones en la costa atlántica, información que esta amiga de lo ajeno conocía por medio de otro delincuente, un tal Chucho Ayala, quien estuvo preso en una unidad carcelaria por cometer varios ilícitos, y en virtud de ello tenía importantes antecedentes.  Como no encontró dinero, después de revolver todo, la chica se dirigió a la otra habitación, que era más amplia y reinaba el orden.  Ella siempre llevaba consigo un arma, por las dudas.  Una vez se tiroteó con la policía.  De pedo nomás se salvó de que la mataran, por lo cual logró escapar gracias a la ayuda de Chucho y el gordo Di Croce, quien fuera su amante de turno.  De repente, escuchó ruido de pisadas en el patio trasero, y sintió miedo.  Preparó el arma corta 6,35 mm Browning, y se asomó corriendo apenas la cortina, sin dar crédito a lo que veía, pese a la oscuridad.  ¡Un ladrón!  El tipo procuraba violentar la puerta, no consiguiendo su propósito.
   -Esta puerta de mierda -lo oyó decir.
   -¿Quién anda ahí? -preguntó la joven.
   -¡Negri, no te asustes!  ¡Soy yo, Chucho! -gritó.
   -¡La puta que te parió!  ¿Qué hacés acá?
   -Vine a ver si necesitás ayuda.  ¿Por dónde entraste?
   -Por la ventana, boludo.  Vení, pasá por acá, rápido.
   Tomándolo de los brazos, Negri facilitó el ingreso de Chucho.
   -Che, qué linda casa -comentó Ayala, iluminando el interior de la misma con una linterna-.  ¿Encontraste plata?
   -Estaba en eso.  No sé dónde la tienen guardada.  Tratá de no hacer mucho ruido.
   -Confiá en mí.  Tengo años robando -se jactó él, sonriendo.
   -Bueno.  Ya que viniste vamos a ver qué encontramos.
   Sin más, ambos pusieron manos a la obra, y se dedicaron a revolver todo en la otra pieza.  Eran las dos de la madrugada, y hacía una noche fresca.
   -¿Te pusiste pollera para venir a robar? -observó Chucho.
   -A vos no te tiene que importar cómo me visto -lo retó Negri.
   -Está bien, no te enojés.  Mmm, buenas piernas tenés.
   -Mirá, Chucho, tu piropo no te va a llevar a ningún lado conmigo.  Así que no jodas.
   -Qué carácter podrido.  Ya no digo nada.
   -Mejor así.
   Chucho estaba harto enamorado de Negri López, pero no se engañaba.  Ella jamás se fijaría en un tipo como él, aunque no podía creer por qué mierda la joven salía con el gordo Di Croce, un sujeto fanfarrón, con cara de boludo, el cagador número uno del pueblo, quien tenía muchos contactos en la política.  Suponía que su amiga se acostaba con el gordo por dinero, y éste la mantenía, puesto que Negri se vestía con las mejores ropas.
   -Che, Negri, si encontramos guita me corresponde un 50 por ciento.  Yo te pasé el dato.  Lo justo es lo justo -le dijo, en tanto abría un cajón del ropero con objeto de buscar efectivo entre las prendas.  La chica revisaba entre las frazadas de la cama, debajo de la almohada, en una mesita de luz.  Por precaución, no habían encendido las luces del inmueble.  Se manejaban con linternas.
   -Ah, miralo vos al señor.  Encima querés quedarte con la mitad -replicó la mujer-.  Con razón viniste a hincharme las pelotas.
   -Es que necesito plata.  Yo vivo de esto.  Aparte, te estoy ayudando.
   -Bueno, bueno.  Primero tenemos que encontrar algo.  Estos ricachones capaz que tienen la plata metida en el ojete, y nosotros buscando al pedo.
   -Ja, ja, sí, tienen fama de tacaños.
   Al rato, Chucho halló un fajo de billetes, escondidos en una caja de regalo.
   -¡Negri, mirá, hay como mil pesos acá dentro! -exclamó el joven, feliz.
   -¡Vamos, carajo, sos un divino! -ella lo abrazó.
   -¿Viste que valía la pena que viniera?
   -Sí, me diste suerte.  Sos un ídolo.  ¿Cuánta plata tenemos?
   -Mil quinientos pesos -confirmó Ayala, tras contarla, y le entregó el dinero robado.
   -Buenísimo.  Tomá, esto es para vos -Negri le dio setescientos cincuenta pesos.
   -Gracias.  Me hacía mucha falta.
   -Te lo merecés por ayudarme.  Puta, podríamos tomar una cerveza para festejar.  Fijate qué hay en al heladera.  Yo voy al baño.  Estoy que me cago.
   -Ok.  Cagá tranquila.  Y tirá la cadena, ja, ja.
   -Muy gracioso.
   De camino a la cocina, Chucho pasó por el otro dormitorio, y dijo, deteniéndose en la entrada del mismo:
   -Ché, qué olor a bolas hay en esta pieza.
   -Sí, no entrés ahí, es un asco -manifestó la joven, sentada en el inodoro.
   -Se nota que revisaste todo -dijo Chucho, algo sorprendido por la ropa desparramada en el piso, y fue hasta la cocina-.  Esta noche tenemos suerte, Negri.  En la heladera hay licor, sidra, ron, vino fino, cerveza.
   -Abrite una cerveza.  Ya salgo.
   Minutos más tarde, se encontraban tomando una cerveza cuando escucharon ruido de una camioneta que se acercaba.  Chucho chusmeó por la ventana, y vio que pasaba un móvil de la policía.  Ordenó a su amiga que apagara la luz del baño que había quedado prendida.
   -¿Qué pasa? -se preocupó la chica.
   -Los milicos están patrullando.  Quedate tranquila, no pasa nada.  No nos van a descubrir.
   -Eso espero.  Lo único que nos faltaba -ironizó Negri-.  Será mejor que rajemos de acá.  Ya estuvimos mucho tiempo.
   -¿Y la cerveza?
   -Dejala.  Ahora tenés plata para comprarte lo que quieras.  Salgamos de acá.  No quiero estar presa en una comisaría.
   Así que se fueron de la casa, caminando, con dinero en sus bolsillos, y la satisfacción de no haber sido atrapados por la ley.  No andaba nadie a la madrugada.
   -Qué raro que esta gente no tuviera perros -se extrañó Chucho, alejados del lugar donde habían llevado a cabo el delito.
   -Por ahí no le gustaban los animales.  Vaya uno a saber.
   En la esquina de un barrio de personas humildes, se despidieron.
   -¿Nos vemos mañana? -inquirió él con interés.
   -Sí, a la tarde.  Si querés acompañarme al centro a dar una vuelta.  Sola me aburro.
   -Me encantaría.  Yo te mando un mensaje al celular, para arreglar la hora y el lugar en que nos encontramos.  Te invito a tomar una cerveza.
   -Ok, dale.  Chau.
   Ella le dio un beso en la mejilla, y Chucho la vio alejarse.  Tal vez tuviera la dicha de que Negri fuera su novia.  Era cuestión de tiempo.
 
 
 
Quiero aclarar q esta historia no es una apología del delito, ni mucho menos me pongo del lado de los ladrones.  Sólo es un cuento, con fines de entretener a quien leyere.  Cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia.

viernes, 4 de marzo de 2011

CORINA

CORINA
 
 
 
 
Corina Pérez era una ferviente lectora de novelas de bolsillo.  No bien murió su marido, quien en vida fuera carpintero y domador de caballos, se dedicó a leer a Corín Tellado, novelista romántica de entretenimiento.  Corina tenía una hija adolescente, Romina, muy mona, a quien amaba más que a la vida.  La madre de la muchachita era feliz con la colección de novelas inéditas de la famosa autora que habíale regalado Celia Urruti, una vecina del barrio.  Cada tanto Celia visitaba a Corina, y se contaban todos los chusmeríos habidos y por haber.
   Cierta mañana de verano, Romina le dijo a su vieja:
   -Mami, ¿qué compro para el almuerzo?
   Corina no contestó.  Estaba muy concentrada en una novela de Corín Tellado.
   -¡MAMÁ! -gritó Romina, que andaba en bikini, como si nada.
   -Estoy leyendo.  Dejame de joder.
   -¿Por qué me tratás así?  No me lo merezco.
   Corina dio vuelta la hoja, encendió un cigarrillo, y exclamó:
   -¡EL HIJO DE PUTA LE METÍA LOS CUERNOS!
   -¿Qué?
   -El esposo de Julia, ese sorete.  La Tellado no pudo haber escrito esto.  Es indignante.
   Romina suspiró, molesta.
   -Voy a comprar milanesas -decidió-.  ¿Me das la plata?
   -Está en mi cartera.  Ah, ya que vas al almacén comprame una petaca de licor de durazno.  Tengo sed.
   -¿No es temprano para tomar?  Acordate el otro día la borrachera que te agarraste.
   -Eso no te importa.  Y ponete algo de ropa.  Los chicos te van a comer el culo con los ojos.
   -¡Mamá!  No me gusta que hables así.
   -Andá a lo de Carmen, y no me interrumpas más.
   "Ojalá se quede ciega de tanto leer", pensó la chica, mientras se ponía una pollera corta para luego dirigirse al almacén.
   Al poco, Romina cocinó las milanesas.  También preparó ensalada de lechuga y tomate.  Corina seguía leyendo.  Ignoraba a su hija por completo.  Romina podía haberle dicho a su mamá que se iba a encamar con diez tipos, pero Corina no le daría ni la hora.
   -Mami, no podés estar todo el tiempo leyendo.  Hay otras cosas.
   La aludida se encontraba en las nubes, fantaseando que ella era la protagonista principal de la historia de amor, que la besaban hasta dejarla sin aliento, y que había encontrado a su príncipe azul.
   Ya le faltaba poco para terminar la novela, y no quería perderse el final por nada del mundo.  Cuando Romina juntó su plato a fin de lavarlo -había acabado de almorzar-, su madre prendió un cigarrillo.  La petaca estaba vacía.  Apenas había probado bocado.
   -¿Quién te regaló esos libros? -quiso saber Romina.
   -Celia.
   -¡ME CAGO EN CELIA!
   -No seas grosera.
   -Perdón, perdón.
   -Es lo mejor que me regalaron en cincuenta años.  ¿No tenés que ir a cuidar a la vieja? -Corina dejó la hoja doblada para continuar después.
   -Hoy tengo el día libre.  Pero estoy harta de lavarle el culo -rezongó la joven-.  Encima se tira pedos, y deja un olor a podrido.  ¡Es un asco!
   -No te quejes, querida.  Agradecé a Dios que tenés trabajo.
   Romina limpió la mesa, y Corina se preparó un emparedado de milanesa con lechuga y tomate.  Agarró el librito y retomo la lectura.
   -Yo sabía que iban a terminar juntos.  Me gustó -dijo minutos después.
   -¿Ahora se te da por leer? -se extrañó Romina.
   -Callate.  Mejor lavá el piso o andá a noviar.  Ya perdí la cuenta de los novios que has tenido.  Te duran un pedo en la mano.
   A Romina le corrían lágrimas por la mejilla.  Sabía que si le contestaba mal, recibía una cachetada.  Por lo tanto, se fue dando un portazo.
   -¡Vení temprano o te voy a buscar con la policía! -vociferó Corina.
 
 
   Corina y su vecina tomaban mate.  El reloj colgado en la pared de la cocina marcaba las cinco de la tarde.
   -Así que te gustó Corín Tellado -dijo Celia.  Era una cuarentona que vivía sola.
   -Sí, te juro que me atrapó la lectura.  Mirá que en mi puta vida agarré un libro.  Casi ni comí por leer.
   -Siempre hay una primera vez para todo -expresó Celia-.  Yo los tenía tirados en el galpón.  No te extrañes si encontrás algunos libros con cagada de gallina.
   -Está bien, no importa -sonrió Corina, tras lo cual le cambió la yerba al mate.  La vecina notó que Corina sudaba la gota gorda, cual gorrión dentro de un caño.
   -¿No la viste a la Romina? -preguntó.
   -No la he visto -contestó Celia-.  No me digas nada.  Se pelearon.
   -No le gustó que yo leyera -explicó la viuda-.  Le dije algunas cosas y se fue a la mierda.  Cuando tenga hambre va a venir.
   -Vos viste cómo son los chicos, Cori.  Se enojan por pavadas.  Ya se le va a pasar, quedate tranquila.
   -Si la violan, nunca me lo voy a perdonar -se preocupó Corina.
   -Dejá de preocuparte, che.  Mirá cómo estoy quedando por preocuparme tanto.
   Celia se quitó el pañuelo rojo que llevaba en la cabeza, y le mostró la alopecia, término médico que significa caída del cabello.
   -¡Dios mío, Celita, estás quedando pelada! -exlamó Corina, horrorizada.
   -Así vas a quedar vos.  Con el estrés no se jode -advirtió Celia, en tanto se colocaba el pañuelo-.  Cambiando de tema, parece que el quinielero se enamoró.  Siempre que va a casa pregunta por vos.
   -¿Pocho Ramos?  Es feísimo.  Aparte, no tiene donde caerse muerto.  No me hagas reír.
   En eso golpearon la puerta.  Corina chusmeó por la ventana, y vio a Pocho, el quinielero.
   -¡Cagamos!  ¡Es el pelotudo de Pocho!  Decile que no estoy.  Yo voy a esconderme a la pieza.
   -Esta Corina -se rió Celia, al tiempo que abría la puerta.
   -Buenas -saludó Pocho.
   -Cómo le va, Pocho.
   -Bien, bien.  ¿Se encuentra Corina?
   -Me dijo ella que no está.  Eh, digo, salió hace un rato.
   -Bueno.  Permiso, dijo el petiso -sonrió Pocho, y entró a la casa.
   Era un hombre de baja estatura, calvo, quien gustaba vestirse como un croto.
   -Oiga, ¿qué hace?  Nadie lo invitó.
   Corina, que había escuchado la conversación, se apareció en el living, donde se encontraban ellos.
   -Vos te pasás de boluda -espetó a Celita-.  Te pasás.
   -Bueno, che, no te enojés.  El que tiene boca se equivoca -se defendió Celia.
   -Celita tiene razón -acotó Pocho.
   -¡CÁLLESE LA BOCA, CARAJO! -lo reprendió la viuda.
   El grito de Corina era como una bofetada para el pelado, que se limitó a obedecer.
   -Yo me voy.  Los dejo solos -dijo Celia, incómoda-.  Tengo cosas que hacer en casa.  Nos vemos.
   Luego de la partida de Celia, Corina invitó al quinielero a que se sentara.  Se disculpó por haberlo retado, a lo cual Pocho le restó importancia.
   -Supongo que no habrá venido acá para que yo juegue algún número a la quiniela.
   -No, nada que ver.  Mire, Corina... -vaciló Pocho-.  Voy a ir directo al grano.  Me gustaría tener un noviazgo con usted, basado en la confianza, en el respeto.  Compartiendo cosas.  Los dos estamos solos, ¿no?  Sé muy bien, sin embargo, que nos conocemos poco, y yo...
   -Casi nada, diría yo -dijo Corina, interrumpiéndolo.  Aquel hombre era un sinvergüenza, sin duda.  Tenía la cara de piedra para declarársele.
   -Casi nada -repitió él, sonriendo apenas-.  Yo me pregunto, ¿tendría alguna posibilidad de..., este..., digamos, ser su novio?
   Corina pensó unos minutos en las palabras de Ramos, mordiéndose las uñas.  No se imaginaba conviviendo con Pocho, porque su intuición le decía que éste quería una novia para casarse, y ella no deseaba eso.
   -No quiero herirlo, pero usted no es el hombre que busco para un amorío, ¿me entiende?
   -Por supuesto, por supuesto, la entiendo.  Yo no soy lo que usted busca.  Me conformaría con ser su amigo -Pocho jugó su última carta-.  No lo tome a mal, ¿eh?  En una de ésas, de la amistad nace el amor.  Ha pasado.
   -No sé...  Por el momento prefiero estar sola.  Le digo más, no estoy enamorada de nadie.  En serio.
   -Bueno.  Como quiera -Pocho aceptó el rechazo con dignidad, aunque en el fondo se sentía como la mierda, pues tenía unas ganas terribles de llorar tirado en la cama de su casa-.  Voy a seguir viaje.  Gracias por la charla.
   -De nada.  ¿No quiere tomar mate?  ¿Café? -ofreció Corina.
   -Le agradezco pero no.  Esta mañana comí porotos, y ando jodido del estómago -rió Pocho, y se tiró un pedo ahogado-.  Disculpemé.  Se me escapó.
   -Está bien, Pocho.  Mientras no se cague.
   -¡Ja, ja , ja!  Bueno, Corina, la dejo.  Adiós.
   Pocho la despidió con un beso en la mejilla, y se marchó.  Corina se alegró de no haber quedado en nada con el quinielero.  Tapándose la nariz, echó desodorante de ambiente, por el hedor.  Y con un suspiro, tomó una novela de Corín Tellado, ANGUSTIOSA INQUIETUD, y se enfrascó en la lectura.  La Romina llegaría a la noche.
 

EL RULO

EL RULO
El Rulo Flores era quien andaba atrás del culo de la Yanina, mi prima de veinticinco años.  Siempre que lo encontraba, me hinchaba las pelotas preguntando por la Yani, joven de cabellos rubios, algo petisa, la cual no tenía novio en aquel entonces.
   -¿Por qué no te la encarás, boludo? -le dije una tarde en que nos hallábamos en la esquina de la plaza del centro, mirando los traseros de las señoritas que pasaban.
   -No sé qué hacer, Negro -contestó Rulo-.  ¿Te parece que me dará bola?
   -Yo creo que sí -lo ilusioné-.  Necesita un muchacho que la quiera de verdad, no como el pelotudo de Antonio, el novio que la dejó.
   -Ah, mirá vos.  Así que está sola -se interesó mi amigo.
   -Sí.  ¿La has visto a mi prima?
   -La vi hace cinco meses más o menos.  Andaba con unas amigas.  Está linda la Yanina.
   -Con razón preguntabas tanto por ella.
   -Y sí.  Tiene un culo hermoso, para sacarle una foto y colgarla en la pared, ja, ja.
   -Vos sos capaz de hacerlo -dije en broma-.  Hablando en serio, a la Yani no le gustaría nada que le sacaras fotos.  La conozco.
   -¿Qué tiene de malo?  Mirá estas pendejas que pasan.  Tengo que sacarles una foto ya.
   A continuación, el Rulo tomo su celular Samsung SGH-E256, y los trastes de las adolescentes quedaron guardados en el archivo de fotos de dicho teléfono móvil.  Un detalle:  todas las chicas llevaban polleras, mostrando piernas bronceadas.
   -¿Cuántas fotos tenés? -quise saber.
   -Y, de ortos buenos debo tener como cincuenta -precisó, sonriendo.
   La babosidad del Rulo no conocía límites, al igual que sus sueños masturbatorios, cosa que no me extrañaba.
   -Che, loco, si querés te presento a mi prima, así se conocen, charlan un buen rato.  ¿Qué te parece?
   -Uy, estaría bueno.  Podría invitarla a salir -dijo, entusiasmado.  Y no era para menos, puesto que si el Rulo se ponía de novio con mi prima, sería como haber ganado la lotería para él.  Lo digo por la sencilla razón de que nunca en la puta vida de Dios había tenido novia.
   -Sí, pero arreglate un poco.  Cortate ese matorral de rulos que tenés, no usés ojotas con jeans, afeitate.
   -Mirá, Negro, los rulos no me los cortaría ni loco, porque hice una promesa.  Si la Yanina gusta de mí, me tiene que querer así como soy:  en ojotas, sin afeitar, con rulos.
   -Bueno.
   Por temor a ofenderlo, no quise decirle que debería bañarse más seguido.  No sé cómo hacía para aguantarse el olor a chivo, encima con el calor.  Me daba asco.
   -Quiero conocerla.  En una de ésas, tengo suerte y consigo novia.
   -Ojalá, Rulo.  Mañana te la presento -le dije-.  Vos dejá que hable con ella.
   -0k.
   -¿Quién es el Rulo Flores?  -inquirió mi prima Yanina.  Estábamos tomando unos ricos mates, en casa de mis tíos, Cristina y Miguel.  Era una tarde calurosa.  Según el informe de la radio, la sensación térmica era de treinta y cinco grados.
   -Un chico alto, flaco, de muchos rulos.  Tiene treinta años, pero aparenta menos.  Está muy interesado en conocerte.  Es buen pibe.
   -Te juro que no lo conozco, Ale.  ¿Por qué querés conseguirme novio?
   -Yo no dije novio -repliqué-.  Conocelo como amigo.  Dale, si no tenés nada que perder.  Hablan, salen a dar una vuelta, qué sé yo.  Por ahí, con el tiempo, te enamorás de él.  La vida tiene tantas vueltas, Yani.
   -Dejate de joder -se rió, mientras me daba un empujón en el hombro derecho.
   -No seas tonta.  Esta puede ser la oportunidad de tu vida.  No la desaprovechés.
   -Y el chico este...  ¿Cómo se llamaba?  ¿Chulo?
   -¡Ja, ja, ja!  No, Rulo le dicen.  El nombre verdadero es Florencio.
   -Qué nombre feo -dijo Yani, y yo estuve de acuerdo-.  Y Rulo, ¿es casado?  ¿Divorciado?  ¿Soltero sin apuros?
   -Que yo sepa, jamás tuvo novia -le informé.
   -Qué raro, che.  ¿No será vírgen?
   -Ah, no sé, preguntáselo vos, si te animás.  Yo no quiero meterme.
   -Pero vos sos amigo de él, ¿no?
   -Sí.  Tenés que conocerlo, Yani -insistí, cambiando de tema.  Sospechaba yo que mi amigo nunca había tenido relaciones sexuales con una mujer, a pesar de saber que el Rulo concurría al cabaret cada tanto, mas para mí era pura mentira.  Me refiero a que no cogía con la puta de turno.  Quizás iba al prostíbulo a tomar unos tragos y después se marchaba de allí, sin haber fornicado.
   -Está bien, Ale, me convenciste.  ¿Cuándo puedo verlo?
   -Luego.  Ahora no porque él duerme la siesta.  ¿Querés que le diga la hora y el lugar de la cita?  Yo lo veo en la casa.
   -Bueno, pero no me dejes sola con ese tipo -objetó la muchacha.
   -No te va a violar.
   -Ja, ja, si es vírgen -se burló.
   -Sos jodida.
   Tres horas después, el Rulo Flores nos esperaba en un banco de la plaza.  Rogué a Dios para mis adentros que se hubiera bañado, más que nada porque bien podría espantar a la joven, a quien yo había pasado a ir a buscarla, por pedido de ella.  Yanina caminaba colgada de mi brazo.  Noté que se había producido:  llevaba jeans ajustados, remerón, sandalias, los ojos maquillados y rouge en los labios.  En verdad estaba muy bonita.
   -Soltame, parecemos novios -le dije.
   -No digas pavadas -sonrió, sin dejar de soltarme.
   En cuanto llegamos a la plaza, yo no podía creer que el Rulo había decidido ir a la cita vestido con unas bermudas mugrientas, y ojotas.  Ni siquiera se había puesto una remera.  Parecía un pordiosero con esa barba larga.  Los presenté.
   -Entre ustedes dos pasa algo, a mí no me cagan -dijo el Rulo, molesto.
   -Me ofendés, Rulo.  Es mi prima.  ¿Qué mierda estás insinuando?
   -Es que ella iba colgada de tu brazo, como si fueran una pareja de novios.
   -Qué boludez -me enojé-.  Mejor los dejo solos.
   -Ale, dijiste que no me dejarías sola -manifestó la muchacha.
   -Bueno.  Hablen entonces.
   Mi prima se sentó al lado del Rulo, y yo cerca de ella, de modo que Yanina se encontraba en el medio.
   -¿Querés ser mi novia? -preguntó el Rulo, tras un silencio.
   "No puede ser tan pelotudo", recuerdo que pensé en ese momento.
   -No te conozco bien, perdoname.  Si fuera tu novia, te pediría que cambiaras la manera de vestirte, y que te cortaras el pelo.
   -¡No me digas! -se burló el joven.
   -¿Te has visto en el espejo con esa barba? -inquirió ella.
   -Claro.  Capaz que me la dejo hasta que llegue al suelo.
   -Qué idiota -murmuró Yanina.
   -¿Por qué no hablan de otra cosa? -intervine, temiendo una discusión entre ellos.
   -Te digo un piropo:  sos más linda que la mierda -dijo el Rulo, y se rió, mas a Yanina no le produjo ninguna gracia.
   -Sos un grosero -espetó mi prima, cruzando los brazos-.  Cambiando de tema, ¿creés en el amor a primera vista?
   -Sí, cómo no.  A esta altura de mi vida, cualquier mina me viene bien, mientras tenga un buen par de tetas y un culo como el tuyo.  Nos pasaríamos todo el día en la cama, ja, ja, ja.
   -¿Lo único que pensás es en el sexo? -fue la pregunta de Yanina.
   -Sí, pero no me pajeo tanto como cuando era pendejo.  ¡Las pajas que me reventaba mirando películas porno!
   -Rulo, pará... -dije.
   -Por suerte no me salían pelos en las manos, ja, ja.
   -Ale, me voy.  No lo soporto más.  ¡Es un asqueroso!
   -Esperá, Yani.  Rulo estaba jodiendo, me parece.
   -¿Jodiendo?  ¿Escuchaste las chanchadas que decía?
   -No lo hacía a propósito -repliqué.
   La joven se había parado, dispuesta a marcharse.  Rulo permanecía en silencio, se hacía el boludo.
   -Vení, sentate -invitó el Rulo-.  Conocí a tantas chicas con cara de caballo que después de verte a vos, creo que me enamoré.
   -Vos tenés menos cerebro que un mosquito.  Además, no me gustás.  No te merecés ni que sea tu amiga.
   -Vos tampoco me gustás.  Sos muy enana.  Podrías trabajar en un circo.
   -¡Andate a la mierda! -se enojó Yanina.  A modo de despedida, me dio un beso, dijo "chau, nos vemos", y sin más se fue.
   -Rulo, sos un boludo.  Cagaste todo.  Te perdés una mina buena -dije, no bien mi prima se había marchado.
   -Y bueno, che, qué le vamos a hacer.  Mujeres sobran.  Pero está linda la Yanina.  ¿Viste cómo se le notaban las nalgas con el jean ajustado?  Qué hermosura.
   -¡Tarado, es mi prima!
   -Pero está que se parte de lo bonita que es...