martes, 19 de abril de 2011

HISTORIAS - El Padrastro

EL PADRASTRO



Al principio,  María había perdido toda esperanza de encontrar una nueva pareja.   Tenía 45 abriles,  y hacía tres años que era viuda.  Sofía,  su hija adolescente,  siempre le reprochaba que tenía que salir más seguido,  conocer gente.  Madre e hija vivían juntas,  en una casa grande del barrio Independencia,  con pileta,  fogón y un galpón lleno de porquerías viejas.  Sofía estudiaba a la noche en el bachillerato para adultos de Escuela Técnica.  María cobraba la pensión que le había dejado la muerte de su marido,  un ingeniero agrónomo que poseía un importante cargo en la municipalidad de Coronel Dorrego,  y  con eso se las arreglaban para vivir,  aunque no podían darse muchos lujos,  como salir a veranear a Mar del Plata,  o a Tandil.
     –Esta noche viene a cenar un amigo que conocí en la iglesia –anunció María a su hija,  quien hacía apuntes en un cuaderno.
     –¡Ja!  Si vos no tenés amigos –dijo Sofía.
     –¿Qué tiene de malo que alguien venga a cenar?  Julio nos va a honrar con su presencia,  porque vos nena sos más aburrida que chupar un clavo.
     –Cenarán ustedes solos.  Yo me voy a la casa de Daiana –objetó la chica,  que desconfiaba de la aparición de aquel hombre en la vida de su madre.
     –Por hoy podrías quedarte.  Así Julio te conoce.
     –Mirá,  mamá,  no tengo ganas de conocerlo.  Será otro día.
     –¡Que respondona! –se enojó María–.  Si estuviera tu padre,  te hubiera dado una cachetada,  y te lo merecés por maleducada.
     –¡Pero papá murió,  y punto!  ¿Le vas a hacer un monumento a su memoria acaso?  Dejate de joder,  mamá.  La vida continúa.
     –Haceme un favor:  andate a algún lado.  No te aguanto más.
     –Bueno.  No me esperes levantada.  Y suerte con tu novio –dijo la joven.  Juntó sus cosas de estudio,  tomó su cartera,  y salió dando un portazo.
     –¡La puta que la parió!  ¡Qué muchachita de mierda! –exclamó María,  tras la partida de su hija,  y acto seguido se metió en el baño a fin de darse una ducha caliente.  Debía estar linda para Julio Sánchez.


     El candidato de la viuda había llegado justo a las nueve de la noche.  Era un tipo cincuentón,  soltero,  que se dedicaba a la venta de zapatos.  Cuando conoció a María en una reunión de la iglesia evangélica,  le pareció que ella era simpática,  toda sonrisas y amabilidad.  Conocedor de las mujeres,  supo al instante que María se encontraba falta de afecto,  y él bien podría ser quien ocupara un lugar en el corazón de aquella señora alegre.  Así que aceptó gustoso la invitación de María.  Como buen hijo de la necesidad,  ya no le importaba que la bendita mujer fuera linda,  fea,  gorda,  falca,  alta,  petisa,  rubia,  morocha o pelirroja.
     –Hola –saludó él,  sonriendo–.  Traje un vino fino para alegrar la noche.
     –Buenísimo.  Pasá nomás.  La cena está lista.
     –Mmm...,  qué rico olor.
     –No soy buena cocinera,  pero me defiendo –dijo María,  orgullosa.
     –Está bien –Julio se ubicó en la cabecera de la mesa,  y María le sirvió ravioles a la crema,  con mucho queso.  Ahí el hombre pudo observar bien la vestimenta de su “nueva amiga”:  llevaba jeans ceñidos,  que resaltaban su gordura,  una musculosa rosa,  y sandalias.  Apenas se había maquillado.
     –Abrite el vino –ordenó María,  al tiempo que servía ravioles,  y se sentaba en la otra punta de la mesa.
     –¿Y tu hija? –preguntó Julio con interés.
     –Ni me hagas acordar.  Ahora se hace la antisociable.  No te preocupes,  que ya la vas a conocer.
     –Me muero por conocerla.  Siempre quise tener una hija –dijo el tipo con expresión soñadora.
     –Bueno,  basta de hablar de Sofía –cortó María–.  Contame qué proyectos de vida tenés.
     –Abrir otra zapatería.  Las ventas están yendo muy bien.  Y me gustaría formar una familia.  Nunca es tarde,  ¿no? –sonrió Julio,  y bebió un trago de vino.
     –Sí.  ¿Y has tenido novia? –inquirió ella,  ya que tenía que saber los antecedentes sentimentales de este señor.
     –Sí,  claro,  pero ninguna me interesaba.  En realidad andaban atrás de mi dinero –respondió Sánchez–.  Algunas minas son muy pretenciosas.  Una vez me enamoré de una amiga.  Me acuerdo que le confesé que me gustaba mucho,  y me rechazó.  Dijo que yo había confundido amistad con amor,  pero que quedábamos como amigos de oro si yo no tenía problemas.  ¡Un carajo!  ¿Pero quién me quitaba el enamoramiento?
     –Sí,  duele cuando nos rechazan –se solidarizó la mujer–.  El único novio que tuve fue Alberto,  y con él me casé.  Tuvimos momentos felices y tristes como toda pareja.  Lo extraño tanto…
     Julio notó que a María se le caían las lágrimas,  por el recuerdo de una felicidad,  que es triste,  como decía Byron. 
     –Si te hace bien,  llorá –murmuró él,  con ansias de abrazarla.
     –Perdoná.
     –No,  está bien.  Es entendible.  Bueno.  ¿Qué te parece si comemos el postre y vamos a caminar?  La noche es joven.
     –Hay flan de vainilla.
     Comieron el flan y siguieron hablando acerca de sus vidas.  María era la que más hablaba,  y Julio cada tanto hacía alguna acotación.  Minutos más tarde,  salieron a caminar por el centro de Dorrego.  Hacía una noche agradable.  Como a María le pareció lo más natural del mundo,  tomó a Julio de la mano,  y él la dejó hacer con una sonrisa.
     –Fue una velada maravillosa –comentó Julio.
     Tengo que besarla,  se dijo él para sus adentros.
     –Sí,  gracias por venir.  Siempre serás bienvenido.
     Dieron unas vueltas por las calles céntricas,  y luego Julio la acompañó hasta su casa.
     –Ya nos estaremos viendo –dijo Sánchez.
     –Espero con ansias el próximo encuentro –contestó ella en voz baja.
     –Pronto.  Muy pronto.


     Conforme pasaba el tiempo,  Julio y María se veían más seguido,  pero aún ninguno de los dos hacía insinuaciones de una posible convivencia.
     –Mamá,  que ni se te ocurra juntarte con ese tipo –dijo Sofía,  un Tarde en que tomaban mate.
     –¿Por qué?
     –Porque no lo conozco.  Quién sabe su no es un psicópata, o un ladrón.
     –No exageremos –repuso María–.  Esta es mi casa,  así que si yo quiero Julio puede quedarse a vivir acá,  te guste o no.
     –¡Y una mierda!  ¡También es mi casa! –estalló la chica.
     –¡Basta,  nena!  Todavía no lo conocés,  y andás diciendo pelotudeces.
     –No creas conocerlo bien porque saliste con él –advirtió Sofía–.  Te podés llevar una sorpresa.
     –Para mí,  Julio es una buena persona.  Y en un futuro cercano,  será tu padrastro.
     La muchacha iba a decir algo,  mas optó por callarse.  Discutir con su madre no valía la pena.  Así que se pintó los labios,  tomó su cartera,  y salió a visitar a Daiana.


     Julio Sánchez había tenido varias oportunidades de ponerse de novio.  Sin embargo,  la única mujer que le importaba ahora era María García.  Le pasaba lo que a otros amigos: cuando estaba en pareja,  algunas minas le hacían propuestas sexuales,  se fijaban en él,  cosa que no ocurría si estaba solo.  Parecía una burla del destino.  “Billetera mata galán”,  había dicho un tal Jacobo Winograd,  opinólogo contemporáneo de los medios televisivos,  pero a veces la plata no ayudaba para conquistar el corazón de una chica linda.  María era  especial.  Él estaba podrido de estar en soledad.  Necesitaba a  alguien a quien querer.


     Un domingo en que María y él tomaban mate con masitas dulces en el Vivero Parque Municipal,  arreglaron de común acuerdo que vivirían juntos en la vivienda de ella.
     –¿Y tu hija cómo lo tomará? –preguntó Julio,  preocupado.
     –No me importa lo que piense ella –replicó la mujer–.  Lo único que quiero es estar con vos.
     –Qué lindas palabras –murmuró Sánchez,  abrazándola–.  Creo que podemos ser felices.
     –Y comer perdices.
     –Ja,  ja.  También.
     –Dame un beso –pidió María,  deseosa de sentir los labios de su novio sobre los suyos.
     Se besaron durante un rato largo.  María ignoraba que su vida iba a cambiar por completo.  Estaba marcada por el destino.


     –Sofía,  hija querida,  a partir de hoy Julio es un integrante más de esta casa –anunció María entre sonrisas.
     Julio miraba a la hija y pensaba:  es más bonita que la madre.  Sofía procuraba no mirarlo.  Sería imposible evitarlo,  máxime si tendría que convivir con el novio de su madre.
     –Gusto en verte –dijo él,  inclinándose para saludarla con un beso,  a lo que la joven de mala gana puso la mejilla.  Lo odió desde el primer momento en que lo vio.
     –Bueno,  amor,  acomodá tu ropa en la habitación.  Sentite como en tu casa.
     –Gracias.
     De inmediato la chica se encerró en su dormitorio,  con objeto de chatear en su computadora.  No le gustó el examen de aquel tipo sobre su persona,  pese a que estaba acostumbrada a que los chicos le dijeran piropos en la calle,  y le miraran la cola.  Para su desgracia,  tenía un metejón con un muchacho que había conocido en el bachillerato,  y éste ni la registraba porque su novia era muy celosa.
     Esa noche cenaron pollo frito con ensalada rusa,   y tomaron gaseosa.  Sofía no intervenía en la conversación de María y Julio.  No se sentía dejada de lado.  Prefería que no repararan en ella,  pero Julio cada tanto le echaba una ojeada libidinosa sobre sus pechos.  ¡El muy hijo de puta!  ¿La comparaba con su madre?
     –Hija,  ¿podés ir hasta el almacén y traer una cerveza para Julio?
     –¿El señor no tiene piernas para ir? –objetó Sofía,  que no quería ser la “servicienta” de nadie.
     –¡Por el amor de Dios,  Sofía!  No seas tan maleducada.  A tu padre le hacías todos los mandados.
     –¡Pero era mi viejo,  que es muy distinto!
     –Eh,  disculpen –interrumpió la discusión Julio–,  mejor voy yo.
     –¿Querés ir vos,  amor? –dijo María.
     –Sí,  no me cuesta nada.
     No comprendía la hostilidad de la joven hacia él,  ya que no le había hecho nada.  Con mucho placer la hubiera sentado en sus rodillas para darle nalgadas a ese trasero redondo.
     Poco después,  los tortolitos tomaban cerveza,  y hacían planes acerca de las cosas que harían juntos.  Sofía se hallaba en el living,  mirando televisión.  Si su madre le prestaba poca atención cuando vivían solas,  con la llegada de Julio suponía que tenía más libertad.  De todos modos,  ¿a quién carajo le importaba lo que Sofía hiciera o dejara de hacer?  Ya no era una niña.  Para colmo de males,  la habitación de la chica quedaba cerca de la de María,  y no quería escucharlos hacer el amor,  porque no iban a jugar a las cartas en la cama.  Era demasiado obvio.  La sola idea de imaginarlos desnudos le daba risa.  Tras desvestirse,  conectó los auriculares a su celular Samsung,  y se dispuso a escuchar a su grupo favorito,  Queen.
 

   Sofía no se había equivocado.  No bien la joven se acostó,  María condujo a Julio al dormitorio pintado de rosa,  y prácticamente se le echó encima.  ¡Esa mujer estaba tan necesitada!
     –No hagamos tanto ruido –musitó él,  al tiempo que se dejaba desvestir por su novia.
     –No te preocupes.  Sofía se duerme enseguida.  Tenemos toda la noche para nosotros –sonrió ella,  acariciando el cuerpo de él.
     –Acordate que mañana trabajo…
     Haciendo oídos sordos a las palabras de Julio,  María lo besó,  y se entregaron a la pasión.  Sofía soñó con el chico que le gustaba.


     Una tarde en que Julio se hallaba en el baño afeitándose los pelos de la nariz con mucho cuidado,  Sofía al verlo se echó a reír.
     –¿Qué mirás,  nena? –espetó Sánchez,  y cerró la puerta.
     –Hay un solo baño –le recordó la joven.
     Sánchez no se molestó en responderle.   Había cosas más importantes en que preocuparse.  Hacía poco había despedido a un empleado,  porque le comunicaron el faltante de un par de zapatos de tacón alto,  de la afamada marca Lady Stork.  ¿Será un nuevo travesti?,  se preguntó Julio,  mientras evacuaba sus materias fecales.  Leticia,  una de las empleadas,  fui quien había visto a “Luly” guardarse un par de zapatos rojos en un bolso cuando estaban por cerrar.  El traidor apodado “Luly”,  cuya hombría era muy sospechosa,  fue despedido en el acto,  sin indemnización,  luego de enterarse Sánchez de tal novedad.
Al salir del baño,  Julio vio a Sofía en ropa interior,  pues el dormitorio quedaba enfrente del excusado,  y la puerta estaba medio entreabierta,  un descuido que Julio no iba a desaprovechar para mirar.  De modo que medio se agachó,  y con disimulo echó un vistazo a la adolescente, que se depilaba las piernas.  A las 4 abría la zapatería,  pero no tenía apuro alguno.  Corría el riesgo de que lo pescara María,  quien había salido a consultar su futuro a una astróloga,  mas descartó esa posibilidad.  En tanto,  Sofía ahora se pintaba las uñas de los pies,  sin darse cuenta de que era objeto de la ojeada de su padrastro.  Julio no pudo menos que excitarse.  Empezó a meneársela.  Con su novia no se calentaba tanto.  Se descubrió adicto al voyeurismo otra vez,  como en su época de adolescente.  Mientras él acababa,  Sofía notó su presencia,  y María llegaba a la vivienda.  ¡Qué suerte perra!
     –¡Sos un mirón asqueroso! –gritó la joven,  cubriéndose con una bata–.  Le voy a contar a mamá.
     –Contale,  y juro que te voy a dar la cogida de tu vida,  pendeja del culo –amenazó Sanchéz.
     –¡Julio,  amor de mi vida,  ya llegué!  ¿Dónde estás?
     Enseguida,  el tipo se escondió en la pieza de su novia.  Se sentía nervioso.  Su calzoncillo tenía manchas de semen,  y debía cambiárselo.  Fantaseaba con la hija de María,  y daba por descontado que iba a poder realizarla,  aunque tuviera que violarla.  Sólo tenía que encontrar el momento adecuado.
     –María,  estoy en la pieza… –dijo él.
     La aludida fue hasta el dormitorio.  Las predicciones de la astróloga no eran buenas.  Según ésta,  una desgracia se avecinaba en la familia.
     Con premura,  Julio se cambió de ropa.  Había tenido la precaución de guardar el calzoncillo manchado,  prueba irrefutable de su chanchada.
     –Mmm,  estás sexy –lo halagó María,  ya en el dormitorio,  y se besaron–.  ¿Sabés,  amor?  Alcira,  la astróloga,  me dijo que iba a tener desgracia.  ¿Podés creerlo?
     –Son mentiras –le restó importancia Sánchez–.  Inventos para sacarle plata a la gente.  Ellos viven de eso.
     –Bien podría ser verdad –replicó la mujer.
     –¡Mami!  Tengo que hablar con vos –intervino Sofía.
     –¿Qué pasa? –quiso saber María.
     Sánchez tragó saliva,  y se preparó para lo peor.
     –Tu novio me estuvo espiando,  y vi cómo se tocaba –explicó la joven.
     –Julio,  ¿es cierto eso?
     –Mentiras de esa pendeja.  No le creas –se sonrió él.
     Sánchez lo negaría hasta el último día de su vida.  No quería manchar su reputación de respetable y correcto señor por un momento de calentura.  Reputación que se había ganado con los años.
     –¡Es verdad,  mamá! –bramó la chica–.  Es un asqueroso de mierda.  Se estaba pajeando hasta que llegaste vos.  Seguro se cambió de ropa.
     María se encontraba entre la espada y la pared,  puesto que no sabía a quién creerle.  Por fin tomó una decisión.
     –Hija,  andá a tu cuarto o andá a dar una vuelta.  Quiero hablar a solas con Julio.
     –¿Le vas a dar la razón a este pelotudo?
     –¡Más respeto,  pendeja! –dijo Sánchez,  dispuesto a darle una bofetada,  por lo cual María se interpuso.
     –Calmate,  Julio,  por favor –lo tranquilizó María.
     Ahí nomás Sofía se marchó llorando de bronca.
     Una vez se hubieron quedado solos,  María lo encaró a su novio,  con el propósito de sacarle toda la verdad.
     –Julio,  ¿qué fue lo que pasó en realidad?
     –Nada.  Yo no haría algo así,  y lo sabés –se defendió Sánchez,  sentado en el living,  enfrente de María.
     –No,  no sé nada,  porque apenas te conozco –dijo la mujer,  seria.
     –Me duele en el alma que digas no conocerme.  Hicimos el amor,  compartimos momentos juntos,  tomamos mates en el Vivero…
     –Mirá,  Julio,  si me entero que le tocás un pelo a mi hija te mato, aunque termine en la cárcel.  Tengo una arma escondida,  por seguridad.
     –No serías capaz –dijo Julio,  temeroso de que su pareja le diera muerte.
     –Qué poco me conocés.  Esta vez lo voy a dejar a pasar.  Si quedaste como un reverendo pajero,  te jodés vos.
     –Me voy a trabajar –musitó Sánchez,  sin mirarla.
     María no lo despidió con un beso,  como acostumbraba a hacerlo.  Comenzaba a sospechar de las actitudes de su novio.


     Ya en la zapatería,  Julio planeaba su terrible venganza.  Sofía se merecía una linda cogida por haberlo hecho quedar como un tipo repugnante y adicto a la masturbación.  Pero antes que nada,  tenía que deshacerse de María.  Hacer como que fuera un accidente.  No dejar evidencias para la policía,  porque no deseaba estar entre rejas.  El veneno para ratas estaba descartado,  aunque ocasionaba la muerte,  quedaban rastros en el organismo de quien lo ingiriera.  Lo mejor sería asesinarla con su propia arma,  y dejar todo revuelto,  como su hubiesen entrado ladrones.  Tenía que hallar esa bendita pistola.


     Un domingo por la tarde,  Sánchez tuvo la oportunidad perfecta.  Madre e hija habían ido a un cumpleaños de una tía,  y no lo habían invitado,  lo cual no le incumbía en absoluto.  Aprovechó,  entonces,  para buscar el arma de María.  Revolvió los cajones del placard,  entre bombachas,  corpiños,  medias,  y no encontró nada.  Buscó en una caja grande que contenía fotos y cartas que no quiso leer,  dentro de de una mesita de luz,  debajo de la cama,  arriba del ropero,  y tampoco había nada.  Puteando a su novia,  se dirigió a la habitación de Sofía,  y luego de revisar cada rincón,  no encontró el arma.
     –¡El galpón! –se dijo en voz alta–.  Qué boludo.  Cómo no se me ocurrió antes.
     En efecto,  allá estaba el arma,  envuelto en un paño naranja,  dentro de una caja.  Era una calibre 45,  pesada,  marca Bersa.  Un solo tiro dejaba un buen agujero en el cuerpo.  Tras esconder el arma en su bolso de ropa que no entraba en el placard,  bien disimulada,  se preparó un café y encendió un cigarrillo.  Se había olvidado de un detalle fundamental:  qué hacer con el cuerpo de María,  ya muerta.  Podría enterrarla en el patio trasero,  y asunto terminado.  Pero también estaba la cuestión de que la adolescente lo denunciara por abuso sexual,  y que preguntara por la madre y diera aviso a la policía,  y ahí lo atrapaban por ser el único sospechoso,  y pasaba sus días pudriéndose en una cárcel sucia y llena de sujetos de la peor calaña.  Por tanto,  debía eliminar a la chica,  no sin antes violarla,  y así mataba dos pájaros de un tiro.
     Cuando llegaron María y su hija,  él ya les tenía preparada la cena,  que consistía en hamburguesas con ensalada de lechuga y tomate,  y huevos fritos.  La joven evitó en todo momento hablar con su padrastro,  ni siquiera se dignaba a mirarlo.  María apenas probó bocado.  Intercambió algunos pareceres triviales con Julio,  y se fue a dormir,  ejemplo que siguió Sofía.  Sánchez se sirvió un trago de vino tinto,  y se relajó.  Disfrutaba su venganza por anticipado.  A su novia ya no la encontraba atractiva.


     Los días pasaban,  y Julio se distanciaba cada vez más de María.  Dormían en camas separadas.  A decir verdad,  él se hacía el ofendido.  La chica no le dirigía la palabra,  y era evidente que le molestaba la presencia de su padrastro.  Pero un día le dijo algo,  sólo una frase:
     –¿Por qué no nos hacés un favor a mi vieja y a mí,  y te vas de casa?  Mejor todavía,  andate del planeta tierra,  y no vuelvas más. 
     Estaban solos,  y María llegaría en cualquier momento,  si no la hubiera obligado a que le hiciera sexo oral.
     –Pendeja,  vos tenés los días contados –advirtió Sánchez.
     –Ay,  sí,  mirá cómo tiemblo.
     Al rato llegó María,  habló aparte con Sofía para que Julio no las oyera,  y Sofía agarró su cartera y se marchó.  Julio se sirvió un trago de whisky,  y miró a María.
     –¿Qué mirás? –lo provocó ella,  sentada en un sillón del living.
     –Estás hecha una gorda chancha –hirió Sánchez–.  No entiendo cómo me pude fijar en una mina como vos.
     –Andate a la mierda.
     –Cómo no –se burló el hombre,  y fue en busca del arma.  Era ahora o nunca.  Le había comprado balas.  Al regresar al living,  su novia todavía seguía allí,  mirando TV.  La llamó por su nombre,  apretó el gatillo y disparó al pecho de la mujer.  Muerte en el acto.  Se asombró menos de que no le temblara la mano que de la frialdad con que había cometido el asesinato.  María quedó despatarrada en el piso,  llena de sangre.
     –Bueno,  una menos –se dijo Sánchez,  sonriendo–.  Te voy a enterrar en el patio,  para que tengas una sepultura como Dios manda.
     A continuación,  arrastró el cuerpo sin vida de la mujer hacia el patio trasero.
     –Mierda que sos pesada.
     Eran las diez de la noche,  y la chica llegaría como a las once,  hora de salida del bachillerato.  No tenía tiempo de cavar una fosa.  Así que la metió en el baúl de su auto.  Rápidamente,  se encaminó al living,  y limpió las manchas de sangre.  Después,  se sirvió otro whisky,  esta vez con hielo,  y se sentó a esperar a Sofía.  Prendió un cigarrillo,  y se sintió bien.  Se decía para sí que no estaba loco,  que había hecho lo correcto,  y que debía abandonar la ciudad para emigrar a otro lugar más seguro,  donde nadie lo conociera.  Había muchas posibilidades de que lo encontraran,  pero ya estaba jugado.  Había matado a María por su indiferencia,  por tratarlo como el culo y,  no menos significativo,  porque tenía ganas.


     Cuando Sofía se apersonó en su domicilio,  reparó en que Julio estaba nervioso y algo ebrio.
     –¿Mi mamá está? –inquirió la muchacha.
     –Salió –dijo él por toda respuesta.
     –Estás borracho.
     Sofía fue hasta su dormitorio y cerró la puerta.  Le extrañó sobremanera la ausencia de su madre ya que raras veces salía de noche.  Lamentaba que su mamá no usara celular,  de otro modo la hubiera ubicado por mensaje de texto o llamado telefónico.  Como no tenía hambre ni deseos de ver la cara de alcohólico anónimo de su padrastro,  encendió la computadora,  y se puso a chatear con un amigo que se conectaba de noche.
     Minutos más tarde,  Sánchez golpeó la puerta de su hijastra,  y aguardó.
     –¿Qué querés? –preguntó la joven,  fastidiada por la aparición de Julio.
     –Quiero tener sexo.
     –¡¿Qué?!
     Sin más,  tomó a la chica de los pelos,  y la arrojó a la cama.
     –Ahora te voy a enseñar un par de cosas –manifestó Sánchez,  y se bajó los pantalones–.  Te va a gustar coger conmigo.
     –Estás loco.  Voy a llamar a la policía.
     Julio se subió encima de Sofía,  y a pesar de los forcejeos de la muchacha,  consiguió bajarle la falda que llevaba ella,  de manera que la penetró,  en tanto le tapaba la boca para sofocar los gritos de la joven.
     –Te gusta,  ¿no? –jadeó Sánchez–.  Ah…,  la puta…  Ah…  Carajo…
     Poco duró la violación.  Julio acabó con un gemido agónico,  y Sofía lloraba.
     –Mamá te va a matar por lo que me hiciste.
     –No creo,  porque tu vieja está más muerta que viva.  No me quedaba otra opción que asesinarla –fue la explicación de Sánchez–.  Pero quedate tranquila,  nena.  Pronto te vas a reunir con ella.
     –Es mentira.  ¿Dónde está mi mamá?
     –Vení que te muestro,  así lo comprobás.
     –Voy a vomitar –susurró la joven.
     El hombre la condujo al baúl de su auto,  y no bien Sofía vio a su mamá,  tuvo un ataque de histeria.
     –Era tan buena –dijo Julio.
     –¡¡¡HIJO DE PUTA!!!  ¡¡¡MATASTE A MI MAMÁ!!! –levantó la voz ella una octava chillona.
     Sánchez no logró esquivar los arañazos de la muchacha.  Se la sacó de encima con un empujón,  y entonces sacó el arma que tenía guardada bajo su cinturón,  y disparó hacia la cabeza de Sofía,  quien cayó al instante,  sin vida.
     –Qué pendeja loca habías sido.
     Bien pronto,  se dispuso a cavar un pozo en la tierra,  con objeto de enterrar a los dos cuerpos,  pero lo pensó mejor,  y desistió de tal idea.  Estaba algo mareado y no tenía ganas de ponerse a trabajar.
     –¿Qué carajo hago? –se preguntó con desesperación.
     Sánchez era consciente de que los cuerpos y el arma tenían sus huellas digitales,  cosa que a los pesquisas de la policía ayudarían para detenerlo.  De algo estaba seguro: tenía que irse de Coronel Dorrego,  cueste lo que cueste.  Como hace poco había obtenido el pasaporte,  era tentador viajar a otro país,  y empezar de nuevo.  Por fin meter los cadáveres en unas bolsas de consorcio,  y dejarlos en la vereda para que los juntaran los recolectores de residuos de la municipalidad.  No bien hubo terminado la tarea (unos vecinos lo vieron y él los saludó como si nada) se preparó un whisky .  Con todo,  se durmió enseguida,  en una lamentable borrachera.
     Al día siguiente,  se levantó temprano,  y tomó unos mates dulces.  Las bolsas seguían en el mismo lugar.  ¡Esa noche los basureros no trabajaban!  Soportando el hedor a descomposición de los restos mortales de María y Sofía,  llenos de moscas,  cargó los mismos en el baúl del coche,  muy apretados,  y se dirigió por un camino de tierra hacia el basurero municipal,  donde los arrojó como si fueran desperdicios.  Después,  cerró la zapatería sin dar explicaciones para no levantar sospechas,  y en la casa de María juntó sus pertenencias,  y rumbeó hacia un país latinoamericano,  a sabiendas de que toda la policía argentina estaría buscando su paradero con pedido de captura internacional.
     Julio Héctor Sánchez fue detenido por Interpol al oeste de México,  en Mazatlán,  una ciudad del estado de Sinaloa,  y extraditado a la Argentina,  en donde los peritos psiquíatras constataron que se hallaba ubicado en tiempo y en espacio cuando cometió los asesinatos,  y que no padecía ningún tipo de delirio mental,  por lo que fue condenado a 25 años de prisión por la comisión del delito de doble homicidio simple,  en el penal de Villa Floresta,  en Bahía Blanca,  a pesar de que el abogado defensor de Sánchez pedía una reducción de la pena,  pero los jueces del Tribunal en lo Criminal Nro. 1 fueron inflexibles: Sánchez era penalmente responsable y consideraron acreditado que el comerciante fue quien ultimó a María y a su hija,  dadas las pruebas recogidas por la policía científica,  y por testigos que prestaron declaración y expresaron haber escuchado tiros de arma de fuego  y haber visto a Sánchez cargando unas bolsas,  con lo cual comprometieron al sujeto aún más,  sin lugar a dudas.
     En el primer año de su condena (nadie de sus parientes fue a visitarlo) Julio Sánchez se suicidó con un cuchillo.