sábado, 18 de junio de 2011

HISTORIAS 2011



UN AMOR PARA MONCHO PEREYRA



Aunque lo negara,  Eduardo Pereyra,  alias “Moncho” para todo el mundo,  era un romántico incurable.  Se emocionaba escuchando Me va a extrañar,  del reconocido cantante Ricardo Montaner,  o bien recordaba con ilusión a la primera novia,  la cual siempre es inolvidable,  más allá de si fue una mala experiencia o no.  Antes que nada,  pasaré a describir el aspecto físico del mentado señor:  flaco,  ojos marrones,  morocho,  altura normal,  medio feo.  Una persona común y corriente de 30 años,  quien se había enamorado varias veces,  pero con la desdicha de no haber sido correspondido,  y creo que ahí estaba la madre de todos sus males:  Moncho quería que una chica linda lo quisiera,  cosa harto entendible,  y se reprochaba no haber nacido con algo de facha.  Sin embargo,  yo no sé por qué carajo se quejaba si había andado con una tal Natalia Ortelli,  una morocha que tenía un culo que era la locura,  y esta mina era de tener buen gusto.  Según me contaron,  ella lo había sacado cagando porque se aburría de Moncho.  Tan prendado estaba Moncho de Natalia que mucho tiempo después aún seguía hinchando las pelotas con esa chica,  quien se cruzaba con él en el pueblo,  y apenas se dignaba a mirarlo,  para desgracia de nuestro amigo.  Con el “Lali” Ezcurra,  un tipo que se las sabe todas respecto de Internet,  le presentamos a una gorda simpática con objeto de que formara pareja y tal vez encontrara el amor.  Pero no dio resultado,  ya que no había química entre ellos,  ni siquiera para ser amigos,  era lo que nos contó el propio Pereyra mientras tomábamos mate en casa del Lali,  y mirábamos videos de los 80’s.
     –¿No la habrás espantado con el mal aliento? –dijo el Lali.
     –Pará,  no seas jodido,  che –festejó Moncho la broma del Lali con una risotada.
     –¿Y si le presentamos a Guillermina Rey,  la pendeja hermana de la paraguaya? –pregunté yo,  en tanto aceptaba un mate dulce que me convidaba el Lali.
     –No creo que le dé bola –señaló el Lali–.  Esa chica es muy exquisita.  No se fija en crotos como nosotros.  Ha andado con tipos de familias acomodadas,  que tienen unos coches de la putísima madre.
     –Pero quien te dice que en una de ésas tenés suerte –dije a Moncho–.  Vos dejá que hable con la pendeja.
     –Cuando le muestre el pedazo de verga que tengo,  se le va a hacer agua la boca,  ja,  ja.
     El Lali y yo nos reímos.
     Así que fui a hablar con Guillermina (realmente era atractiva),  y le comenté que tenía a alguien para presentarle,  y si estaba interesada en conocer a Moncho.
     –¿Tiene coche? –quiso saber la hija de puta.
     –No,  anda caminando.  Pero…
     –Dejá,  Negro,  te agradezco.  Chau.
     Prácticamente,  me cerró la puerta de su casa en la cara.  A Moncho decidí no contarle mi encuentro con la pendeja,  porque temía yo que se pusiera mal.
     Días más tarde,  el Lali Ezcurra había conseguido el número del celular de Claudia Albertari,  conocida de él de la época del secundario.  El Lali le habló de Moncho,  y la mujer aceptó conocerlo.
      –No sé si se van a arreglar como novios,  pero con la tirada de goma que le va a dar,  Moncho va a creer que tocó el cielo con las manos –me dijo el Lali en los estudios de FM del Sol.
     –Mirá vos.  Si lo veo a Moncho de la mano con Claudia,  voy a putear tanto de envidia –dije a guisa de broma.
     –¡Ja,  ja,  ja!
     Yo estaba más ilusionado que el mismo Pereyra,  porque no era mala persona.  No tenía maldad ni para matar una mosca.
     Tuve noticias de Moncho una semana después,  y tomando un café en una confitería céntrica,  me relató cómo le había ido con la señorita.
     –Como el culo –me confió Moncho,  y lo noté bastante deprimido–.  La loca esa es sadomasoquista.  Se calienta pegándole a alguien,  y yo con esas cosas raras no quiero saber nada.
     –¿Pero tuvieron sexo por lo menos? –pregunté yo,  procurando reprimir la risa.
     –¡No,  qué sexo!  Me llamó al celular,  y ahí nomás arreglamos una cita en la plaza del centro.  Hablamos un poco,  y me invitó a su casa.  En la habitación,  che,  había cerca de la cama una especie de pene de plástico unido a un cinturón de cuero,  y en la pared vi un cuadro grande de gente en pelotas,  no me preguntes quién pintó ese cuadro porque yo de pintura moderna no entiendo una mierda.  También vi colgado de la pared látigos,  esposas.  Bueno,  antes de cambiarse en otra habitación Claudia me hizo esperar sentado en la cama,  y dijo que me desnudara y que si quería podía tomar whisky que tenia sobre un barcito instalado en la pieza.  Me serví una medida,  y cuando tomé un trago sentí cómo me quemaba la garganta,  y calentaba mi cuerpo.  Al rato,  Claudia apareció
con un conjunto entero de látex,  muy apretado.  ¡El culo que tenía esa chica,  no sabés lo que era!  ¡Una hermosura,  Negro,  una hermosura!
     –Me imagino.  ¿Y qué te dijo Claudia cuando la viste entrar con esa prenda ajustada?
     –Me dijo:  “a partir de ahora sos mi esclavo,  y vas a hacer todo lo que yo te ordene,  y no digas nada porque te voy a dejar el culo rojo como un tomate”.  Eso me dijo,  me acuerdo bien.
     –¿Y vos qué hiciste en ese momento? –me reí.
     –No,  le dije:  “andá a cagar,  loca de mierda,  no me manda mi viejo me vas a mandar vos”.  Después tomé el whisky que quedaba,  me vestí,  y salí corriendo,  qué otra cosa podía hacer.  La mina protestaba,  decía que era una fantasía sexual,  quería que me quedara con ella.  No,  dejame de joder con perversiones.  Igual les agradezco que me hayan presentado a chicas.
     –Bueno,  Moncho,  pero no pierdas las esperanzas –le dije para consolarlo–.  Si sé de alguna chica que esté disponible te aviso.
     –No,  Negro,  es al pedo.  Prefiero estar solo,  tranquilo.  Tener novia es para problemas.
     –Estás equivocado.  No conociste a la mujer adecuada,  eso es lo que pasa.  Claudia Albertari no era para vos.  Lástima que no te la pudiste coger.
     –Sí,  es lo único que lamento –murmuró Moncho.
     Nos quedamos en silencio.  Vimos que entraban a la confitería un grupo de amigas jóvenes,  riéndose.  Luego nos marchamos.


      La siguiente mujer que le presenté a Moncho se llamaba Flavia Vernaci,  y se moría por conocer a un hombre,  y formalizar un noviazgo basado en el respeto,  en la confianza y,  obviamente,  en el amor.  Tales fueron las palabras dichas por ella cuando la llamé a su teléfono móvil (no me pregunten quién me pasó el dato de ese número),  y me encantó oír su voz sexy.  Le aclaré que Moncho era medio tímido,  buen muchacho,  y que no se iba a encontrar con un galán de telenovelas.  Flavia me contestó que la pinta era lo de menos,  y que lo importante es lo de adentro,  ser buena persona,  y creer en Dios,  porque si uno se porta mal en la tierra,  tiene por castigo ir al infierno.  No entendí qué tenía que ver Moncho con Dios y el infierno,  mas no dije nada,  y le pasé el número del móvil de Pereyra a Flavia,  que lo agendó y tras dejarme besos,  colgó.


     Era de esperarse que si Moncho no lograba que Flavia fuera su novia,  tiraba la toalla a la mierda,  y se metía de monje en un monasterio con el firme propósito de hacer votos de silencio el resto de su vida.  Esto último es una exageración mía.  Sería demasiado para un tipo como Eduardo Pereyra llegar a ese punto,  y no querer saber nada más con mujeres,  por un largo tiempo.
     Días después,  Moncho me invitó a tomar una cerveza en TE MATARÉ BONITA,  y me contó con lujo de detalles el encuentro entre Flavia y él.
     –Che,  te noto mal –le dije,  a juzgar por la cara de culo que tenía el pobre.
     –¿Y cómo no querés que esté mal con la loca que me mandaste y sus fantasías de mierda?  Vos me presentás a cualquiera.
     –Escuchame,  pelotudo:  ¿qué sabía yo cómo era la mina?  No tengo la bola de cristal.  La conozco de vista nomás,  no soy amigo de ella.  A mí por teléfono me pareció simpática,  una chica piola.  Agradecé que me molesté por vos,  y hablé con ella.  Ahora si te pidió que le cumplas una fantasía,  y te negaste,  es tu problema,  viejo.
     –Tenés razón –estuvo de acuerdo Moncho,  tras beber un trago de cerveza.
     –¿Viste que es linda chica?
     –Sí,  bueno,  te cuento,  entonces.  Fijamos una cita en la plaza del centro. 
     –¿Siempre en la plaza? –sonreí.
     –Otro lugar no se me ocurrió.  En la placita del barrio P.Y.M. se enteran todas las viejas chusmas,  más metidas que calzón de gorda.  Como te decía,  la chica llegó puntual,  bien vestida y maquillada,  me di cuenta de que se había bañado por el pelo mojado,  un detalle boludo,  pero son cosas que a uno le quedan grabadas.
     –Claro.
     –Dimos unas vueltas por el centro,  hablamos de nuestras vidas,  de los sueños,  el amor,  la amistad.  Más la miraba,  más me gustaba.  Flavia era de ese tipo de chicas que te pueden romper el corazón en mil pedazos,  y ni hablemos de los cuernos.
     –De los cuernos y de la muerte nadie se salva –dije yo.
     –Así es.  Como ella dijo que tenía antojo de tomar un helado,  fuimos a una heladería,  y pedí un helado de frutilla y chocolate para ella,  y de
limón y vainilla para mí.  Yo me sentía el novio de Flavia,  aunque parezca una pavadez.
     –Es que a vos te gustaba ella.
     –Y sí.  En un momento dado salió el tema de los besos,  y supe que Flavia era una estudiosa en los distintos besos.
     –¿Le pediste una demostración? –pregunté.
     –Ya voy a llegar a esa parte.
     –A ver…
    –Me explicó que el beso con lengua es el más sensual;  el beso tentador es besar a la pareja hasta que no pueda resistirse más;  el beso de trompa o piquito es un beso rápido sólo con los labios;  en el beso broche se sujetan los labios de la pareja,  y bueno,  ahí le pedí una demostración si no era mucha molestia,  porque yo tenía una calentura de san puta.
    –¿Ella te besó?
   –Sí,  dijo que cerrara los ojos,  y me besó,  pero me quedé con ganas de más besos.  Después,  me invitó a cenar a su departamento,  y ahí la cagó hablándome de sus fantasías asquerosas.
     –¿Te pidió algo extraño?  ¿Difícil de cumplir?
   –Sí,  bastante.  Creo que ella tenía una fantasía fetiche con la ropa,  no sé.  Aparte,  antes de cenar se había cambiado de ropa.  Bah,  es un decir,  porque andaba casi en pelotas,  con una tanga y corpiño.  Está bien que estaba en su casa,  pero me pareció una falta de respeto hacia mi persona que Flavia anduviera con el culo al aire,  procurando excitarme,  y lo más lindo de todo es que lo conseguía.  Esto yo no se lo dije porque sabés que soy medio corto,  ¿viste?
     –A mí no me hubiera molestado cenar con una chica que ande en ropa interior –dije yo,  al tiempo que bebía más cerveza.
     –Es tu opinión –dijo Moncho–.  Le pregunté si no tenía miedo de resfriarse,  y me contestó que siempre en una cita en su departamento acostumbraba a andar en ropa interior de encaje.  Era como una cábala.
     –Ajá.  ¿Escucharon música romántica?
   –Sí,  Flavia había puesto un compacto de Fausto Papetti,  y había prendido algunas velas.  Un buen ambiente para la intimidad.  La cosa es que cuando dijo: “¿te animarías a usar un kilt para mí?”,  no supe qué carajo responder.
       –¿Una falda escocesa? –me asombré.
    –Eso,  sí.  Casi me caigo de culo,  porque lo dijo de un modo tan natural,  como si hubiera dicho,  “¿tenés fuego”,  “¿querés pasar al baño?”.
     –¿Y qué pasó?
    –Le dije que tendría que haber tenido una cita con un travesti,  y se ofendió,  me arrojó un vaso del vino del bueno que estábamos bebiendo.  Ese vino era carísimo,  Negro.  Le ofrecí un pacto.  Si me pagaba me ponía esa falda de mierda,   pero no aceptó.  Mi última carta era que me enseñara a besar al menos.  Tampoco quiso la mina.  Así que me echó,  insultándome con calificativos que hubiesen echo poner colorado a un carnicero,  mirá lo que te digo.
     –Hay gente rara –dije,  sonriendo.
     –Sí.  La mina se ponía cachonda viendo a un tipo con pollera.
     –Estoy anonadado.  Desconocía esa faceta de la Vernaci –dije,  y Moncho pidió otra cerveza.  La nueva confitería se estaba llenando de gente.  Había varias chicas guapas,  pero apenas si reparaban en nuestra presencia,  cosa que en verdad me importaba un carajillo.
   –Che,  mañana nos juntamos a jugar al fútbol con los muchachos,  en el vivero.   Andá si querés –invitó Moncho.
      –Okey,  voy a ir. 
     Comprendí que al cambiar de tema,  Eduardo Pereyra había dado por finalizada la charla sobre mujeres.  Afuera,  caía una leve llovizna.

Ojalá les haya gustado esta historia con costumbrista con humor.  Hasta pronto.

miércoles, 1 de junio de 2011

POEMAS DE INVIERNO

ESPERANZA


Pero nace una esperanza 
en cada aliento de vida,
en cada emoción del alma,
aunque me toque remar
contra toda la corriente,
y las musas de turno
ignoren mis poesías.

Y no puedo dejar de soñar
castillos en el aire,
cosas tan menos imposibles
como esperar que algún día
te dignes a decir que me amas,
a pesar de esta cara de nada,
y estas ganas de todo.
                                                                                             

 Esta poesía la escribí ayer, 31 de mayo,  y creo que en este caso,  la imagen es mejor que estos versos, pero tenía ganas de publicar algo, y cumplí el objetivo que me propuse.