lunes, 11 de julio de 2011

RELATOS ERÓTICOS

NUEVOS PLACERES



Natalia –una chica de ojos verdes,  cintura diminuta,  nariz respingada,  pómulos altos,  labios pequeños y cabellos negros y sedosos– esperaba a su gorda amante.  En la habitación del Hotel América hacía bastante calor.  La joven tenía puesto un vestido de hilo en azul profundo,  con guarda calada entre el busto generoso y la cintura,  y anchos breteles.  Dios,  perdoname por tener sexo con una mujer,  pensó Natalia,  al tiempo que se servía un vino blanco fino en una copa labrada.  De pronto,  Andrea abrió la puerta y entró,  esbozando una estúpida sonrisa.  El corazón de Natalia dio un brinco.
     –Amor,  qué linda estás –dijo la gorda,  quien se acercó para darle un beso en plena boca.
     –Lo de amor se te habrá escapado –espetó Natalia.
     Andrea la miró,  sorprendida,  al oír esas palabras.
     –No arruines esta noche –murmuró,  en tanto acariciaba los labios de Natalia,  que enseguida se apartó.
     –No sé por qué hago esto –dijo Natalia.
     –Porque necesitás un trabajo,  tontita.  No te olvides de que pronto vas a ser mi secretaria.
     Andrea era una famosa abogada,  graduada en la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca.  Había ganado muchos casos difíciles,  y por tanto,  su posición jerárquica era muy importante.
     Natalia observó a Andrea y sintió náuseas.  Además de ser obesa,  Andrea era terriblemente fea.  Carecía de curvas,  a veces no se depilaba las axilas ni las piernas,  y para colmo parecía un tipo,  con su pelo corto lleno de gel.  Hacía una semana que la joven era novia de Andrea,  aunque no habían tenido oportunidad de procurarse placer mutuamente.  Las cosas que hay que hacer para tener trabajo,  se dijo Natalia para sus adentros.
     –¿Te gusta mi vestido de seda? –preguntó Andrea,  sonriendo.
     Parecés una carpa ambulante.
     –Es muy bonito –opinó Natalia,  tras haber bebido un trago de vino.
     –Gracias –sonrió la gorda–.  Bueno,  basta de hablar.  Sacate la ropa.
     –Me da vergüenza –objetó Natalia,  sin mirar a Andrea.
     –Mirá,  Naty,  yo sé que para vos es todo una novedad estar con otra mujer,  pero confiá en mí.  Sé cómo excitar.  Y te va a encantar,  creéme –dijo Andrea,  y enseguida se sentó en la cama,  y le recordó a Natalia que se desvistiera lentamente,  por lo cual la morocha tomó coraje,  y se fue quitando el vestido.  Cuando quedó con una tanga diminuta y corpiño,  Andrea se tocó su sexo por encima del vestido.  Natalia reparó en que la gorda se estaba poniendo cachonda,  y sonrió para sí.  Estoy aprendiendo a seducir,  pensó Natalia,  y al punto se aproximó hacia Andrea,  y se bajó la ropa interior,  a fin de que viera su vagina depilada,  y luego se subió la prenda con movimientos sensuales,  al mismo tiempo que se pasaba la lengua por los labios pintados de rosa,  provocativa.  Andrea se masturbaba.  Tenía que poseer ese cuerpo de mujer,  porque Natalia se dio vuelta,  y le ofreció la visión tentadora de una cola redonda y firme,  la tanga bien metida en aquel trasero que ya era la perdición de Andrea.
     –Mmm...,  cómo me calentás,  mierda –jadeó la gorda,  y se abalanzó sobre la chica,  y la besó varias veces.  Cayeron en la cama,  dándose besos de lengua.  De inmediato,  Andrea se despojó de su vestido,  y quedó desnuda.
     –¿Qué vas a hacer? –preguntó Natalia,  curiosa.
     –Te voy a coger hasta volverte loca.
     Con los dientes,  Andrea le sacó la tanga,  y escuchó que su amante soltó un gemido ronco.  Luego,  le quitó el corpiño,  y chupó los pechos una y otra vez.  Miró a Natalia,  y notó que la joven gozaba con las cosas que le hacía.  A continuación,  metió la lengua en la vagina de Natalia,  quien aferró las sábanas,  y gritó.  Le estimuló la zona genital un buen rato,  y para sorpresa de la morocha,  la hizo poner boca abajo,  y lamió la cola.  Natalia se excitó como nunca al sentir la boca de Andrea que entraba y salía de aquel lugar íntimo.  Andrea estaba húmeda.  Al poco,  Natalia acabó temblando,  agitada su respiración,  y satisfecha por completo.  Sin dudas,  Andrea tenía experiencia con mujeres,  como bien pudo comprobar Natalia.
     –Quiero hacerte el amor –murmuró Natalia con timidez.
     –¿Eh?
     –Quiero hacerte el amor –repitió la joven.
     –Soy toda tuya –afirmó Andrea,  y aguardó a ver qué hacía su amante para complacerla.
     Natalia se ubicó encima de Andrea,  y le dio pequeños mordiscos en los labios,  y como su novia emitió un gemido agónico,  saboreó el interior de la boca de Andrea con su lengua enloquecida.  Natalia sonrió,  juguetona y femenina.  Chupó los senos de Andrea,  tomándose todo el tiempo del mundo en ello,  provocando con la succión,  haciendo que la abogada anhelara más placer.  Luego,  su lengua entró en el sexo de Andrea,  que creyó morir de calentura.
     –¿Te gusta? –inquirió Natalia.
     –Mmm...  Síii.
     –Amo tu sabor –dijo la morocha,  y  volvió a lamer la concha de Andrea,  ya mojada,  en tanto tocaba los senos de la gorda,  quien quería hacerle lo mismo,  pero Natalia no la dejaba moverse.  Le gustaba ser la dominadora,  la que tuviera el control de la situación. 
     Por fin,  Andrea estalló en un orgasmo infinito,  y Natalia mamó los jugos sexuales de su novia.
     Permanecieron abrazadas,  mimándose.  Andrea encendió un cigarrillo,  y le convidó pitadas a Natalia.  La abogada se sentía en la gloria eterna de las lesbianas.
     –¿Te gustaría que nos bañemos juntas? –preguntó Andrea.
     –Sí –respondió Natalia,  ya libre para siempre de todo prejuicio.
     Se besaron largamente.
     Mucho tiempo después,  el amanecer las encontró con los cuerpos entrelazados,  y con la marca del deseo a flor de piel.