domingo, 6 de marzo de 2011

HISTORIAS - Los ladrones

LOS LADRONES
 
 
 
 
En la habitación había olor a culo, a bolas.  La cama estaba desordenada.  Parecía que no limpiaban el dormitorio en años luz.  La joven revisó los cajones del placard, debajo del colchón, en busca de algo de valor.  Por fortuna, se habían olvidado de dejar activada la alarma.  Los dueños de la vivienda se hallaban de vacaciones en la costa atlántica, información que esta amiga de lo ajeno conocía por medio de otro delincuente, un tal Chucho Ayala, quien estuvo preso en una unidad carcelaria por cometer varios ilícitos, y en virtud de ello tenía importantes antecedentes.  Como no encontró dinero, después de revolver todo, la chica se dirigió a la otra habitación, que era más amplia y reinaba el orden.  Ella siempre llevaba consigo un arma, por las dudas.  Una vez se tiroteó con la policía.  De pedo nomás se salvó de que la mataran, por lo cual logró escapar gracias a la ayuda de Chucho y el gordo Di Croce, quien fuera su amante de turno.  De repente, escuchó ruido de pisadas en el patio trasero, y sintió miedo.  Preparó el arma corta 6,35 mm Browning, y se asomó corriendo apenas la cortina, sin dar crédito a lo que veía, pese a la oscuridad.  ¡Un ladrón!  El tipo procuraba violentar la puerta, no consiguiendo su propósito.
   -Esta puerta de mierda -lo oyó decir.
   -¿Quién anda ahí? -preguntó la joven.
   -¡Negri, no te asustes!  ¡Soy yo, Chucho! -gritó.
   -¡La puta que te parió!  ¿Qué hacés acá?
   -Vine a ver si necesitás ayuda.  ¿Por dónde entraste?
   -Por la ventana, boludo.  Vení, pasá por acá, rápido.
   Tomándolo de los brazos, Negri facilitó el ingreso de Chucho.
   -Che, qué linda casa -comentó Ayala, iluminando el interior de la misma con una linterna-.  ¿Encontraste plata?
   -Estaba en eso.  No sé dónde la tienen guardada.  Tratá de no hacer mucho ruido.
   -Confiá en mí.  Tengo años robando -se jactó él, sonriendo.
   -Bueno.  Ya que viniste vamos a ver qué encontramos.
   Sin más, ambos pusieron manos a la obra, y se dedicaron a revolver todo en la otra pieza.  Eran las dos de la madrugada, y hacía una noche fresca.
   -¿Te pusiste pollera para venir a robar? -observó Chucho.
   -A vos no te tiene que importar cómo me visto -lo retó Negri.
   -Está bien, no te enojés.  Mmm, buenas piernas tenés.
   -Mirá, Chucho, tu piropo no te va a llevar a ningún lado conmigo.  Así que no jodas.
   -Qué carácter podrido.  Ya no digo nada.
   -Mejor así.
   Chucho estaba harto enamorado de Negri López, pero no se engañaba.  Ella jamás se fijaría en un tipo como él, aunque no podía creer por qué mierda la joven salía con el gordo Di Croce, un sujeto fanfarrón, con cara de boludo, el cagador número uno del pueblo, quien tenía muchos contactos en la política.  Suponía que su amiga se acostaba con el gordo por dinero, y éste la mantenía, puesto que Negri se vestía con las mejores ropas.
   -Che, Negri, si encontramos guita me corresponde un 50 por ciento.  Yo te pasé el dato.  Lo justo es lo justo -le dijo, en tanto abría un cajón del ropero con objeto de buscar efectivo entre las prendas.  La chica revisaba entre las frazadas de la cama, debajo de la almohada, en una mesita de luz.  Por precaución, no habían encendido las luces del inmueble.  Se manejaban con linternas.
   -Ah, miralo vos al señor.  Encima querés quedarte con la mitad -replicó la mujer-.  Con razón viniste a hincharme las pelotas.
   -Es que necesito plata.  Yo vivo de esto.  Aparte, te estoy ayudando.
   -Bueno, bueno.  Primero tenemos que encontrar algo.  Estos ricachones capaz que tienen la plata metida en el ojete, y nosotros buscando al pedo.
   -Ja, ja, sí, tienen fama de tacaños.
   Al rato, Chucho halló un fajo de billetes, escondidos en una caja de regalo.
   -¡Negri, mirá, hay como mil pesos acá dentro! -exclamó el joven, feliz.
   -¡Vamos, carajo, sos un divino! -ella lo abrazó.
   -¿Viste que valía la pena que viniera?
   -Sí, me diste suerte.  Sos un ídolo.  ¿Cuánta plata tenemos?
   -Mil quinientos pesos -confirmó Ayala, tras contarla, y le entregó el dinero robado.
   -Buenísimo.  Tomá, esto es para vos -Negri le dio setescientos cincuenta pesos.
   -Gracias.  Me hacía mucha falta.
   -Te lo merecés por ayudarme.  Puta, podríamos tomar una cerveza para festejar.  Fijate qué hay en al heladera.  Yo voy al baño.  Estoy que me cago.
   -Ok.  Cagá tranquila.  Y tirá la cadena, ja, ja.
   -Muy gracioso.
   De camino a la cocina, Chucho pasó por el otro dormitorio, y dijo, deteniéndose en la entrada del mismo:
   -Ché, qué olor a bolas hay en esta pieza.
   -Sí, no entrés ahí, es un asco -manifestó la joven, sentada en el inodoro.
   -Se nota que revisaste todo -dijo Chucho, algo sorprendido por la ropa desparramada en el piso, y fue hasta la cocina-.  Esta noche tenemos suerte, Negri.  En la heladera hay licor, sidra, ron, vino fino, cerveza.
   -Abrite una cerveza.  Ya salgo.
   Minutos más tarde, se encontraban tomando una cerveza cuando escucharon ruido de una camioneta que se acercaba.  Chucho chusmeó por la ventana, y vio que pasaba un móvil de la policía.  Ordenó a su amiga que apagara la luz del baño que había quedado prendida.
   -¿Qué pasa? -se preocupó la chica.
   -Los milicos están patrullando.  Quedate tranquila, no pasa nada.  No nos van a descubrir.
   -Eso espero.  Lo único que nos faltaba -ironizó Negri-.  Será mejor que rajemos de acá.  Ya estuvimos mucho tiempo.
   -¿Y la cerveza?
   -Dejala.  Ahora tenés plata para comprarte lo que quieras.  Salgamos de acá.  No quiero estar presa en una comisaría.
   Así que se fueron de la casa, caminando, con dinero en sus bolsillos, y la satisfacción de no haber sido atrapados por la ley.  No andaba nadie a la madrugada.
   -Qué raro que esta gente no tuviera perros -se extrañó Chucho, alejados del lugar donde habían llevado a cabo el delito.
   -Por ahí no le gustaban los animales.  Vaya uno a saber.
   En la esquina de un barrio de personas humildes, se despidieron.
   -¿Nos vemos mañana? -inquirió él con interés.
   -Sí, a la tarde.  Si querés acompañarme al centro a dar una vuelta.  Sola me aburro.
   -Me encantaría.  Yo te mando un mensaje al celular, para arreglar la hora y el lugar en que nos encontramos.  Te invito a tomar una cerveza.
   -Ok, dale.  Chau.
   Ella le dio un beso en la mejilla, y Chucho la vio alejarse.  Tal vez tuviera la dicha de que Negri fuera su novia.  Era cuestión de tiempo.
 
 
 
Quiero aclarar q esta historia no es una apología del delito, ni mucho menos me pongo del lado de los ladrones.  Sólo es un cuento, con fines de entretener a quien leyere.  Cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia.

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