domingo, 6 de marzo de 2011

HISTORIAS - Una noche en el cementerio

UNA NOCHE EN EL CEMENTERIO
 
 
 
 
Yo no creía en fantasmas.  Había leído libros sobre el tema y visto varias películas, y a decir verdad, me interesaba poco y nada.  Pero cuando me enteré por medio de Porota Peréz, una vieja solterona del barrio, que el sepulturero había renunciado porque se le apareció una noche el espíritu de una joven que se había suicidado hacía menos de un año, sentí unas ganas terribles de entrar al cementerio y ver a ese espectro, aunque me cagara de miedo.  Así que fui a ver a Débora Benavente, una amiga de rara belleza que vivía en Bahía Blanca, pero que estaba de visita en casa de sus abuelos, a fin de que me acompañara al camposanto.  El invierno se hacía sentir en Coronel Dorrego.  Para colmo, soplaba un viento del carajo, y no estaba para andar afuera.  Me abrigué bien, y toqué la puerta de la casa de los abuelos de Débora.  Eran las doce de la noche de un domingo de julio.
   -Hola.  ¿Está Débora?
   -Hola.  Pasá, pasá.  Ahora la llamo -dijo Betty, la abuela.
   Me hizo pasar a la cocina y aguardé.  Roberto, el abuelo, se encontraba durmiendo.
   -Sentate.
   -Bueno.
   -¡Débora!  ¡Llegó Alejandro! -gritó la abuela.
   Betty me convidó un mate lavado, que acepté de buena gana.
   -¡Qué hacés, che!  Tanto tiempo -dijo la joven, constituyéndose en la cocina.
   -Hola, gorda -saludé, al tiempo que le daba un beso en la mejilla.
   -¿Vos no estabas en la Escuela de Policía? -quiso saber ella.
   -Me fui.  Pedí la baja voluntaria.
   -Qué lástima.  Digo, por el sueldo.
   -Sí, bueno, pero ya fue.
   Débora se sentó frente a mí.  La veía más gorda de cara, y feliz, quizás por estar de novia.
   -¿Y ahora qué vas a hacer? -preguntó.
   -Voy a estudiar la licenciatura en charango eléctrico.
   -Ja, ja, ja, ja.
   La abuela calentó agua para el mate.  De fondo sonaba Love Generation, de Bob Sinclair, en un pequeño grabador colgado en la pared.
   -En serio.  No sé por qué te reís -dije, sonriendo.
   -Qué tarado.
   -Gorda, me tenés que acompañar a un lugar.
   -¿Qué lugar?
   -Al cementerio.
   -¿¡Qué!?
   -Dicen que hay un fantasma.
   -¿Quién te dijo eso?
   -Porota.
   En ese momento la abuela le dio un mate a Débora.
   -¡Esa vieja está loca! -manifestó Débora.
   -El sepulturero renunció porque vio a un fantasma.  Se comenta que era la chica de Sosa.  Se pegó un tiro en la sien.  ¿No sabías?
   -No sabía nada...
   -Yo no creo que en esas cosas -intervino Betty-.  Acompañalo, si querés.  Total no tienen nada que perder.  ¿Vos tenés miedo, nena?
   -Digamos que no -contestó la joven.
   -Vamos, entonces -dije.
   -Cuando vengan les preparo mate -dijo la abuela.
   Débora asintió, y sin más nos dirigimos a la necrópolis local, que quedaba a dos cuadras.
   -Che, qué frío hace -dijo Débora.
   -Me encanta el invierno.
   El cementerio tenía un alto paredón.  Nos trepamos al mismo y saltamos, procurando no lastimarnos al caer.  No había luna, por tanto nos hallábamos a oscuras.  Menos mal que yo había llevado mi linterna china.
   -¿Para qué querías venir acá?
   -Quiero comprobar si es cierto que hay un fantasma -dije.
   -Vos estás loco.
   -Tal vez.
   Caminamos sin hablar por entre las tumbas.  Reinaba un paz absoluta.
   -Tengo miedo -murmuró Débora.
   -No seas tonta.
   Encendí un cigarrillo, y nos sentamos al lado de una bóveda inmensa.
   -No va a aparecer nadie -dijo Débora, temblando de frío-.  Esto es una locura.
   -Calmate, gorda.  Esperemos un rato, a ver qué pasa. -Di una pitada a mi cigarrillo y dije como para distraerla: -Pensar que acá veníamos con un amigo a recitar poemas de Pablo Neruda.  Yo tocaba la guitarra.
   -¿En serio?
   -Sí.  A veces traíamos vino tinto, para alegrar la noche.
   -Ja, ja.
   De repente, se oyó un ruido extraño.
   -¿Qué fue eso? -se asustó la joven.
   -Parece como si alguien hubiera abierto la puerta de una bóveda.
   -Yo me voy a la mierda -dijo Débora.
   -¡Sos cagona!
   En eso vi que una figura blanca andaba entre las tumbas.  Un escalofrío recorrió mi columna, y llegó a mis cabellos.  Sentí miedo.
   -No hables, y quedate quieta -susurré.
   -¿Qué pasa?  ¡No me asustés, boludo!
   -Callate.  Era cierto.  Anda un fantasma en el cementerio.  ¿No lo viste?
   -¡Chau!
   -¡Débora, vení!
   Demasiado tarde.  Mi amiga ya corría en dirección al paredón.  Parecía que no le alcanzaban las piernas para correr.  De modo que me quedé solo y lo confieso, estaba cagado de miedo, pero iba a ir hasta las últimas consecuencias.  Deseaba ver a ese alma en pena otra vez.  Traté de prender la linterna, y advertí que no funcionaba.  "Lo único que me faltaba", pensé.  Me armé de coraje y avancé en medio de la oscuridad, esquivando tumbas.  Con manos temblorosas, encendí otro cigarrillo, y entonces el fantasma se apareció, no sé de dónde, y me miró a los ojos.  "La chica de Sosa", dije para mis adentros.  En vida había sido una joven hermosa.  Su mirada tenía tal tristeza que daba miedo.  A pesar del resplandor que producía, noté que llevaba un camisón largo.  Mi primer impulso fue salir rajando, mas no me respondían las piernas.  Ni siquiera me salían las palabras.  El pánico se había apoderado de mí.
   -No tengas miedo.  Estoy buscando un amigo -dijo ella, acercándose.
   -Yo..., yo...  ¿Qué?
   -Tu mamá y tu hermano están bien.  Algún día te vas a reunir con ellos.
   No pude evitar que se me cayeran las lágrimas.  Me senté en el suelo y me agarré la cabeza con las manos.  Toda la tristeza y la soledad acumulada durante años afloraba a través del llanto.  No sé cuánto tiempo lloré, pero al alzar la vista, el espíritu de la chica se había marchado.  Mi encuentro con el ánima había durado lo que un pedo en la mano.  Sintiendo un temor mortal, salí corriendo despavorido, me trepé al paredón como pude, y salté hacia el otro lado, donde aterricé sobre una piedra, por lo que me raspé el culo.  No quería mirar para el cementerio.
 
 
 

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